Imagen tomada de https://elpais.com/cultura/2013/07/23/actualidad/1374596712_371820.html

Rufino paseaba con su novia Carmen, por la orilla de un mar cálido y tranquilo. Unos jóvenes ilusionados, enamorados, soñadores de un futuro compartido. La tarde del viernes 17 de julio de 1936 era calurosa, solo aliviada por una suave brisa marina. Ajenos, como la mayoría de los españoles, a la tremenda catástrofe que ya se estaba gestando en las lejanas tierras africanas.

Al día siguiente, desde el amanecer, todo cambió. Una sublevación militar provocaba la mayor tragedia de la historia de España. Se desató la violencia y se cometieron terribles asesinatos, en muchos lugares de este país. La guerra, con toda su crueldad, se extendió por todo el territorio. Conforme avanzaba se necesitaban más soldados para luchar.

Algunos acudieron voluntariamente para combatir de acuerdo con sus ideales o sus intereses. Una gran mayoría fueron reclutados para servir a uno de los bandos según su lugar de residencia. Rufino fue uno de ellos. Rufino vivía en San Javier (Murcia), región que desde el primer momento permaneció en la zona dominada por los leales a la República.

Te volviste a mirarme

 y lanzaste al aire un beso

que sentí tanto

como el último que me diste.

Subiste a un tren

con olor a muerte

con tu rifle

que no sabías disparar

colgado al hombro

luego desapareciste

entre tantos soldados.

De nuevo te vi un instante

en una ventanilla

de un vagón atestado

de miedo, sudor y lágrimas.

Fue tu adiós

un saludo con la mano,

esa que tan bien

me acariciaba

y una ligera sonrisa,

temerosa, desesperada,

pero llena de ternura.

Mientras, todos cantaban,

menos tú.

Rufino, enrolado un batallón de infantería de marina de Cartagena, con escaso periodo de entrenamiento, fue destinado al frente de Teruel. Allí, como otros tantos muchachos de ambos bandos, desapareció para siempre. Su madre (mi abuela) y su novia nunca más desfrutarían de sus abrazos y sus besos.

Esta sería la carta

que te escribiría,

si supiera escribir.

Llevo tus ojos

clavados en mi alma,

tu sonrisa

como bandera

y tus labios son mi esperanza.

En esta noche de guerra

ni el fuego

ni la muerte

me impiden

dejar de pensar en ti.

¡Malditos canallas

sólo me habéis enseñado

a morir!

Ellas, mirarían al cielo cada noche para buscarlo entre las estrellas, hasta que ellas también se fueron a su encuentro.

Hoy he muerto

en nombre de un dios

que no puedo ver,

por una patria

que ya no podré sentir.

Para mis hijos seré

un recuerdo borroso,

un héroe de papel

en las paredes de su habitación.

Mi mujer encenderá una vela

junto a una vieja foto mía,

y por las noches llorará

recordando con nostalgia

tanta felicidad

que juntos hemos vivido.

A mi madre se le romperá

su ya enfermo corazón

y, probablemente,

pronto me acompañará

al silencio eterno.

Mis amigos hablarán

de mi bondad

y rezarán

por mi de vez en cuando.

Mientras, aquellos

que me enviaron al frente

continuarán viviendo

y disfrutando

de todo lo que yo

ya no podré gozar.

Hoy un disparo de fusil

ha destruido mi cuerpo.

Se han acabado mis dudas,

mis amigos, mis enemigos.

Aquello que más quería

LA VIDA,

se ha terminado.

Hoy es un día para para recordar y aprender. Aprender que el odio conduce la violencia y destruye a las personas. La memoria histórica es importante para reconocer que no hay patria que sea superior al amor. Para recordar el sufrimiento de tantas personas que, como mi padre, sufrieron un injusto exilio.

Hoy es también un día para recordar que clasificar a las personas en buenos o malos españoles, según particulares intereses o convicciones ideológicas o religiosas, puede conducir al odio y posterior violencia.

Sirva este escrito para homenajear a todas las víctimas de una guerra civil que ellos no buscaron y en la que, obligados, sirvieron a causas que les eran ajenas.

Javier Jiménez Olmos

18 de julio de 2023

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