Seguramente muy pocas personas que vivieron la tragedia del comienzo y desarrollo de la Segunda Guerra Mundial continúan vivas. Ellos seguro que sí aprendieron de la crueldad y de la sinrazón de una guerra que causó millones de muertos y heridos, y una destrucción total de sus países, sus ciudades, sus pueblos y sus campos.  La guerra es una gran tragedia casi siempre evitable. La Segunda Guerra Mundial fue el final de un proceso de fomento del odio entre los pueblos, provocado por unos líderes capaces de todo para lograr sus ambiciones de poder.

El nazismo y el fascismo desencadenaron una terrible guerra en Europa sin que las democracias pudieran hacer nada por evitarlo. España fue el ensayo general para que los dictadores experimentaran sus nuevas armas y tácticas guerreras. El totalitarismo xenófobo, excluyente, racista y antidemocrático que representaba el fascismo y el nazismo enardeció a unas masas descontentas y ávidas de soluciones inmediatas. Los discursos, que hoy llamaríamos populistas, de los nazis y los fascistas llegaron a las vísceras de grandes sectores de la población. La guerra estaba servida.

Pero los que no han vivido esa terrible historia de muerte, ¿qué han aprendido? Varias generaciones de europeos han sido capaces de vivir en paz, a través de la cooperación, del diálogo, del respeto y de la democracia. La mayoría de los europeos han aprendido la lección y quieren que jamás pueda volver una guerra. Pero no hay que olvidar que algunos sectores sociales, incitados por esos nuevos estilos totalitarios de algunos líderes, están dispuestos a secundar actitudes xenófobas, racistas y antidemocráticas.

Los recientes resultados electorales en la mayoría de los países europeos son una señal de alerta de que algunos no han aprendido las lecciones de la historia. La siembra del odio siempre trae consecuencias violentas. Hace falta una gran labor pedagógica para enseñar a todos, y en especial a los más jóvenes, que las guerras son el producto de ambiciones e intereses bastardos. Es necesario hacer comprender que la violencia cultural, en modo de discursos excluyentes, es el caldo de cultivo de la violencia física que puede conducir a la guerra.

Por eso, de un modo democrático hay que impedir que estos portavoces del odio lleguen a conseguir gobernar. La historia también enseña que la pasividad con estos personajes agresivos les permitió llegar gobernar Alemania e Italia. Las democracias europeas reaccionaron demasiado tarde o simplemente no reaccionaron. Si algo ha enseñado la Segunda Guerra Mundial es que la prevención de una guerra comienza por apartar democráticamente de las responsabilidades de gobierno a aquellos que son incapaces de respetar la democracia.

Javier Jiménez Olmos

2 de septiembre de 2019

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