El mundo globalizado se enfrenta a la mayor crisis socioeconómica de la era moderna, España en particular la sufre con consecuencias dramáticas para el empleo, muy especialmente el que afecta a los jóvenes. La mayoría de los expertos y analistas centran sus estudios exclusivamente en sus consecuencias económicas. Sin embargo, no se debería olvidar que las grandes crisis han sido generadoras de violencia, conflictos, revoluciones y guerras. La historia lo testifica en el pasado inmediato, la crisis económica de 1929 ocasionó el ascenso al poder de los totalitarismos que desencadenaron la II Guerra Mundial, la mayor catástrofe de la historia de la humanidad.

 Conviene aprender las lecciones, es preciso estudiar si la crisis actual y el sistema económico dominante pudieran ser los causantes de un nuevo proceso conflictivo que degenerara en una guerra mundial de proporciones inimaginables. La insistencia en resolver algunos problemas económicos con medidas que afectan principalmente a las clases más desfavorecidas puede tener consecuencias no deseables para la seguridad nacional e internacional.

 Las medidas económicas urgentes para solucionar la crisis de un sistema al borde del colapso no deben olvidar que afectan a las personas, y cuando estas pierden sus empleos, o no consiguen un trabajo, ven embargados sus bienes y reducidos o eliminados los servicios básicos gratuitos que asegura el estado de bienestar, puede que su comportamiento ya no sea tan ecuánime, equilibrado, racional y pacífico.

 La crisis ha causado desigualdad, pobreza, empobrecimiento de las clases medias, pérdida del estado de bienestar y mucho paro, sobre todo paro juvenil insoportable. La crisis puede causar un proceso mundial irreversible de conflictos de proporciones dramáticas. La “primavera árabe” ha sido el preludio inacabado de este proceso.

 Las arengas para soportar el sacrificio de los ajustes presupuestarios no causarán efecto alguno si la pobreza se extiende y cunde el desánimo por el futuro. Será entonces muy difícil atajar las reacciones violentas. La polarización de la sociedad, la radicalización, conducirá a una situación explosiva cuyo detonante casual o provocado puede generar conflictos. Está sucediendo, incluso en las sociedades más avanzadas europeas hay un incremento de los grupos y partidos extremistas. Ante la angustia no es difícil propagar doctrinas salvadoras.

 La violencia cuando se desata es siempre imprevisible. Aunque la mayor parte de la población intente canalizar sus protestas o reivindicaciones a través de manifestaciones pacíficas, siempre pueden existir elementos incontrolados que provoquen situaciones violentas. Esta polarización puede multiplicarse con ocasión de la provocación y la represión. Así, el proceso puede desembocar en conflicto generalizado. Una vez que se desata la violencia el proceso de pacificación es complicado y la recuperación de la armonía muy larga; la violencia deja un poso de odio difícil de eliminar.

 Por eso, los responsables de promulgar medidas económicas drásticas deberían de evaluar también las consecuencias para la seguridad. Y no se debería olvidar que los jóvenes por naturaleza son reivindicativos. Los jóvenes han sido los artífices de todos los procesos transformadores de la sociedad, han sido la fuente regeneradora del pensamiento y la evolución de las sociedades. Los jóvenes deben ser la prioridad de los gobiernos: su educación, su formación, su empleo. De poco servirán las medidas económicas y laborales si no se genera empleo, de nada servirá liquidar la deuda o reducir el gasto público, si las tasas de empleo juvenil no superan el cincuenta por ciento, si el trabajo del que disponen es tan precario, a veces tan indigno, que no pueden elaborar un proyecto de futuro. La cifra de paro juvenil en España según la OIT es del 52,1% (la media mundial es del 12,7%) Es muy urgente crear empleo, empleo digno y duradero.

 Los líderes nacionales y mundiales deberían tener en cuenta que el paro, sobre todo el de los jóvenes, no es solo un asunto económico, es además un problema de seguridad nacional e internacional.

Javier Jiménez Olmos

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