“Si quieres la paz prepárate para la guerra” es la frase que contiene la forma de entender la seguridad del realismo conservador que ha predominado en la historia de las relaciones internacionales. La guerra considerada como la alternativa más probable y más conveniente para resolver los conflictos entre los pueblos. La guerra valorada y sacralizada como una actividad al servicio de la “patria”.
Afortunadamente, la mayor parte de las personas que han alcanzado niveles de independencia intelectual, se han liberado de esa carga ideológica que considera la guerra como una necesidad para conseguir objetivos políticos, económicos, religiosos, étnicos o de cualquier otra índole. No ha sido fácil, porque el poder dominante ha preferido siempre la imposición al convencimiento, al acuerdo, al consenso o al entendimiento pacífico.
La guerra ha sido y es, además, un gran negocio. Se destruye y mata con armas que cuestan mucho dinero, que las fabrican los más poderosos, con lo que obtiene beneficios incalculables (el secreto impide saber cuánto). Se destruyen los países y luego se reconstruyen, también lo hacen los mismos, para conseguir más beneficios. Y siempre pierden los de siempre: los pobres, los desesperados, los débiles.
Siempre hay algún enemigo en el que pensar, hay que ponerle rostro, nombre y apellidos: desde el comunismo soviético al islamismo radical presente. Identificar un enemigo perpetúa el sistema de seguridad, aunque resulte ineficaz. No importa, lo que interesa es que los beneficios derivados de la industria militar sigan proporcionando dividendos a las poderosas multinacionales del ramo.
Por eso hay un interés creciente en fomentar lo que llaman la “cultura de seguridad y defensa”. Hay que convencer a la gente de la importancia de su seguridad y de la defensa contra sus enemigos. Lo cual, en principio, puede resultar hasta paradójico. Si por seguridad entendemos proporcionar a las personas unas condiciones de vida digna, en la que se respeten los derechos humanos, y en la que la justicia y la igualdad no sean una quimera, hoy en día, a la vista de los datos objetivos, está muy lejos de conseguirse: creciente desigualdad y pobreza, leyes más restrictivas con las libertades, aumento alarmante del desempleo, empleo cada vez más precario, desatención a las clases más desfavorecidas.
La seguridad entendida como estabilidad y orden, no es lo mismo que la seguridad humana. La primera proporciona una paz negativa, o ausencia de guerra. La segunda es el primer paso hacia la paz positiva, o definitiva, en la que la justicia social es la base de la convivencia. La seguridad entendida como estabilidad y orden da paso al concepto de defensa, y la defensa es siempre contra algo o contra alguien.
Por eso, desde la creencia en la prioridad de la seguridad humana, en la que el individuo es el principal sujeto de la seguridad, se considera que el fomento de la cultura de paz debe de ser el primer objetivo para alcanzar esa “idea” de un mundo donde todos los seres humanos puedan vivir una vida plena de dignidad y bienestar.
Javier Jiménez Olmos
29 de enero de 2014
Enhorabuena Javier; hace tiempo que pensaba como no habías hecho esto, tu propio blog.
Espero que tengas muchos seguidores. Yo desde luego cuando encuentro algo tuyo siempre lo leo.
Lo dicho, enhorabuena y como decimos en Aragón, «a plantar fuerte».
Un abrazo
Jesús