Hace unos pocos años, asistí con una persona muy ligada a los movimientos pacifistas a un desfile militar. Aunque esta persona no era muy proclive a estas exhibiciones de personal y material de fuerzas armadas, contempló la parada con absoluto respeto. Al finalizar, sí que me comentó que se había asustado al paso de los tanques, también expresó su inquietud por las letras de alguno de los himnos que se entonaron.

Para un profesional de la milicia, los desfiles forman parte de su vida cotidiana, algo que se inculca desde las escuelas y academias militares, es una emoción potenciada por un concepto del patriotismo ligado a símbolos como la bandera. También una gran parte de la ciudadanía comparte esas emociones. Tanto militares como ciudadanos siente esa emoción como algo agradable y positivo.

Sin embargo, vuelvo al principio y a reflexionar sobre las palabras de esa persona a la que le asustaron los tanques.

En los desfiles, además de personas (los soldados son personas) participan tanques, cañones y aviones; además, esos soldados portan armas. Claro que si pensamos que son de los “nuestros” y que con esas armas solo se puede hacer daño al enemigo no tendremos miedo alguno. Pero, si nuestro pensamiento va más allá y hacemos un acto de empatía, y nos ponemos en el lugar del enemigo, ¿qué sucede?

Esos tanques, esos cañones y esos aviones son capaces de transportar grandes cantidades de destrucción y muerte. Cuando los «nuestros» bombardean también causan destrucción o muerte. Mueren inocentes o soldados (que también son inocentes). En un tanque destruido por uno de nuestros inteligentes misiles va una tripulación que muere, unas personas con madres, con esposas (o maridos), con hijos; sí, como los nuestros.

Por eso, he comenzado a comprender porque algunas personas les asustan los desfiles, aunque sean los de los nuestros. O, ¿es que a “nosotros” no nos asustan los desfiles de los “otros”?

No se trata de contestar nobles emociones, ni de acabar con arraigadas tradiciones. Sí de reflexionar sobre el sentido de la seguridad, de qué seguridad queremos, de qué mundo defendemos, de si las armas son garantía de la paz o si son todo lo contrario.

Reflexionar sobre la guerra, sobre quiénes son los buenos y los malos cuando estalla una guerra, para qué sirven las guerras, a quiénes benefician. Reflexionar sobre si ciertas actitudes contribuyen a militarizar a las sociedades (pensemos que nuestros desfiles nos emocionan y nos llenan de espíritu patriótico, pero también los suyos enardecen a los “otros”, al enemigo).

Reflexionando, he llegado a entender a la persona que se asustó en el desfile. Esa persona ya pensaba que esa vistosidad de los desfiles, adornada con música, disfrazaba la verdadera función de esos instrumentos de destrucción y muerte.

Reflexiono en un momento de la vida, en la que la madurez me lleva a combatir en otros frentes, en una guerra que sufren millones de personas y que no se libra con armas sino con la seguridad humana que proporciona una vida que cubra las necesidades fundamentales de los seres humanos, como son su salud, su educación y su bienestar general.

Javier Jiménez Olmos

29 de mayo de 2022

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