La declaración de la “guerra al terror” significó el tratamiento de la acción antiterrorista como puramente militar y confería a los propios terroristas la categoría moral de combatientes. La consideración de guerra requería la definición de un adversario, el terreno donde plantear la batalla y adaptar los medios empleados a la consecución de los objetivos. Ninguna de esas premisas se daban en esta ocasión; el enemigo estaba identificado por unas siglas, Al Qaeda, pero carecía de una ubicación, de un territorio visible, su definición era especulativa sobre la base de las acciones que había cometido, pero no en cuanto su localización y organización. Se trataba de combatir con unos medios diseñados para una guerra convencional, a quienes huían del combate directo. Los resultados han sido a veces no deseados, con víctimas por efectos colaterales que a menudo son usadas como excusa para cometer nuevos atentados y reclutar más terroristas.
Tanto la guerra de Afganistán como la de Irak son la prueba de la “eficacia” del empleo del “poder duro” en la lucha contra el terrorismo. Las redes de Al Qaeda parecen no haber disminuido, más bien lo contrario, el islamismo ha experimentado un considerable crecimiento y la política en Oriente medio sigue. Con Irak se ha culminado una “lógica militar” con la que según todos los indicios no se ha respetado el derecho internacional, se ha experimentado un retroceso en el respeto a los derechos humanos, y se han aumentado los gastos militares sin que por ello se haya progresado en la resolución del conflicto. Cabe pensar que la intervención en Irak, decidida con anterioridad al 11-S, estuvo planificada con el objeto de obtener control de los recursos naturales y garantizar la presencia militar en la zona. Los principales beneficiados las industrias del petróleo y el armamento.
¿Ha sido efectiva la respuesta militar contra el terrorismo? Desde el 11-S los americanos no han sufrido más atentados dentro de su territorio, pero en general los atentados han continuado, sobre todo, en algunos países como Irak, Afganistán o Pakistán. Es posible que se haya mejorado la coordinación entre los servicios de inteligencia e información, tanto a niveles nacionales como internacionales. Es significativo el deterioro de la imagen de los EE. UU. en el mundo por la percepción de sus reiterados incumplimientos de las leyes internacionales y el respeto a los derechos humanos en la gestión de la “guerra al terror”. De lo que se deduce que utilizar los mismos métodos que los terroristas -desprecio a ley y a los derechos humanos- para combatirlo producen al efecto contrario. Por tanto, no parece adecuado utilizar el término guerra para combatir un fenómeno que tiene más de actividad criminal que de combate militar. En el caso de la guerra de Irak no ha hecho sino fomentar el terrorismo.
Fallecidos en atentados de gran número de víctimas (mayor de 15)
País |
01.01.1994 a 11-S 2001 |
11-S 2001 a 31.12.2001 |
2002 |
01.01.2003 Invasión Irak 20.03.2003 |
20.03.2003 a 31.12.2003 |
2004 |
2005 |
2006 |
2007 |
2008 |
2009 hasta 15.09.2009 |
Afganistán |
|
55 |
18 |
17 |
52 |
21 |
115 |
325 |
281 |
138 |
|
Irak |
|
|
|
192 |
1143 |
2065 |
2521 |
3902 |
1547 |
1145 |
|
Pakistán |
179 |
15 |
17 |
70 |
159 |
100 |
127 |
565 |
592 |
335 |
Fuente: Sistemyc Peace (15 septiembre 2009)
La pretendida promoción o expansión de la democracia a través de la intervención militar resulta paradójico. La democracia no se puede imponer, la democracia se construye, y para ello se necesita algo más que elecciones. Elecciones no significa democracia y menos cuando éstas se realizan en un contexto marcado por una invasión militar.
Javier Jiménez Olmos
11 de marzo de 2014
Javier me gustan muchos sus palabras estoy con usted y me encanta poder leerlas
Tere, muchas gracias a ti por seguir este blog y por animarme a seguir trabajando por la cultura de paz