Escuchaba hace unos días, en un programa de televisión de gran audiencia, a un joven dirigente de un partido de izquierdas que respondía con argumentos a las preguntas incisivas de la periodista que le entrevistaba. Contestando a una de las preguntas, este político manifestó que él deseaba una república en la que su presidente fuera un hombre de izquierdas que gobernará como tal. Me imagino que si la pregunta se la hubieran hecho a un representante de la derecha contestaría de un modo similar, sólo que deseando que ese presidente fuera un hombre de derechas.
Muchos de los jóvenes españoles que vivieron el tardo franquismo y la transición soñaban con una España democrática. Para ellos, esa democracia era idealizada en una república que no era otra cosa que el símbolo de una sociedad más justa y democrática. Después de casi cuarenta años, esa democracia se ha conseguido y aunque, como casi todo en esta vida es mejorable, hay que valorar los niveles de libertad y bienestar que con ella hemos alcanzado los españoles.
Y se ha conseguido con un modelo de Estado consensuado. Sí, es verdad, se hicieron muchas concesiones, pero el objetivo de una sociedad democrática se ha logrado. Y se ha logrado con un modelo de Estado que se aprobó con la Constitución de 1978. En esta Constitución se optó por una monarquía parlamentaria como Jefatura del Estado. Las atribuciones del monarca quedaron definidas y delimitadas en el Título II de esta Carta Magna.
Durante estos años, el monarca Juan Carlos I ha actuado de acuerdo con lo establecido en el referido Título. Durante su cargo al frente de la Jefatura del Estado se han alternado gobiernos conservadores y progresistas, se han celebrado elecciones libres, y se han alcanzado cotas de libertad y bienestar nunca conseguidas en la historia de España.
El monarca, como ser humano, ha cometido errores, por los que ha sufrido las críticas de los españoles y por los que ha tenido que disculparse. Pero su balance al frente de la Jefatura del Estado es muy positivo. Conviene repasar con detalle la historia reciente de España para comprobar su implicación y profesionalidad, que han contribuido a elevar el nivel de los españoles en todos los aspectos de la vida.
Desde luego que no es suyo todo el mérito, pero su saber estar ha sido una aportación muy importante para que los españoles, verdaderos artífices del progreso nacional, tuvieran un referente integrador, moderador e imparcial.
En mi ideal de «república» no quiero al frente un presidente que solo represente a los suyos, sean de izquierdas o de derechas. Prefiero una mujer o un hombre que nos represente a todos, que sepa distinguir entre los intereses partidistas y el bien general de todos los españoles. Y en este sentido, es difícil poner en duda la neutralidad de la Corona española desde la implantación del sistema democrático.
Es legítimo y democrático que exista debate en las sociedades democráticas. Se puede debatir sobre todo y sobre todos, incluso se pueden demandar cambios profundos en el sistema constitucional. No es mi intención deslegitimar aquellos que reclaman esos cambios constitucionales. Pero, a mi juicio, la reflexión sobre el modelo de Jefatura del Estado debe ser muy racional y, por lo tanto, prudente.
Es legítimo debatir y pedir cambios en el sistema constitucional español. Pero en este momento no era prioritario ni mayoritario el debate monarquía-república; no lo tenían como tal los españoles porque hay otras preocupaciones más urgentes: paro, aumento de la desigualdad, pobreza, disfuncionalidad de las instituciones políticas y sistema electoral, territorial, etc. Al saltar a portada y a la calle con motivo de la abdicación de Juan Carlos I (antes ni salía en las encuestas), está sirviendo para cubrir u olvidar problemas que no admiten demora. Y eso es un gran error.
No existe ninguna evidencia científica que demuestre que los habitantes de una nación vivan mejor si tienen un sistema monárquico o republicano. Algunos países con los más altos niveles de desarrollo humano tienen monarquías constitucionales (Dinamarca, Noruega, Suecia, Holanda, Reino Unido), aunque otros, también con gran desarrollo, son repúblicas (Estados Unidos, Alemania, Italia, Finlandia).
Lo fundamental es que exista un nivel de desarrollo que permita gozar de una democracia plena, basada en una justa distribución de la riqueza que permita a todas las personas que habitan en una nación puedan gozar de una vida digna en paz y libertad. Y eso dependerá de los gobernantes y de todos los españoles, independientemente del modelo de Estado.
La alternativa es democracia o falta de democracia, tanto si se trata de monarquía como de república. En la monarquía parlamentaria el Jefe del Estado (Rey o Reina) no gobierna sino tiene un papel simbólico y animador, la responsabilidad es del Gobierno, y todas sus decisiones (¡incluso la abdicación!) pasan por el parlamento.
El problema es que retrotrayéndose injustamente a los tiempos en que la monarquía española no era parlamentaria, e incluso se alió con la dictadura de Primo de Rivera, se presente la alternativa monarquía o democracia como lo fue en aquel tiempo: monarquía (no parlamentaria) o república (democracia). Esta comparación es una trampa histórica grave equiparando dos monarquías diferentes.
Aunque ningún demócrata puede discutir el derecho a la libertad de expresión y a presentar propuestas de cambio, los argumentos deben ser muy bien estudiados y explicados. Ningún Estado de los mencionados como más desarrollados, han modificado su modelo desde hace siglos.
Los cambios precipitados, sin una hoja de ruta definida, sin un plan detallado y consensuado pueden conducir a fracasos estrepitosos.
Javier Jiménez Olmos
14 de junio de 2014
Antes de comentar sobre los detalles del artículo quisiera aportar un resumen de lo que dijo en una reunión privada uno de los profesionales más veteranos de la demoscopia española y europea –actor muy relevante desde 1976 y conocido por su asepsia analítica–.
Me parece que es de interés porque ilustra el Contexto y ofrece una perspectiva histórica.
1. En 55 Países importantes la opinión pública considera que los Partidos Políticos son el principal problema seguido en muchísimos casos por la Corrupción. También es muy frecuente que la institución mejor valorada, dijo, sean las Fuerzas Armadas. Es decir, no estamos solos. El problema es muy extenso.
2. Los medios de comunicación de masas globales forman parte de solamente 5 grandes grupos. Una enorme concentración de poder muy mediatizado por las élites políticas y económicas. (El 1% de Stiglitz)
3. La valoración de líderes, –en este caso hablaba con datos de España–, está en Caída libre no coyuntural, es decir son datos de largo recorrido y tendencia clara. El modelo clásico de liderazgo está «muy tocado» tras la comprobación cotidiana de que «el mito» no se compadece con la realidad.
4. En España en estas recientes elecciones (Parlamento Europeo) sólo el 36% del Censo votó PP-PSOE. El hartazgo es de época y hay señales de que será duradero afectando a todos los partidos que nacen ya bajo sospecha por no decir con el pecado original del sectarismo.
5. Al contertulio-ponente le daba un “Terror tremendo” (sic) que en estas condiciones se esté promoviendo la idea de que “Nos hagan otra constitución” (los “mismos”, “para lo mismo” y con una opinión pública desarbolada y manipulada) y se pronunciaba a favor de reformas legislativas parciales pero concretas como, por ejemplo, Cambio de la ley electoral o Retirada selectiva de alguna competencia a las autonomías.
6. La gente hoy no sigue “Partidos” sino “grupos –”clusters”–de ideas” que “no suelen coincidir en un solo partido”.
7. Se despidió con Tres frases que dan para reflexionar mucho y detenidamente.
–”Es tiempo de Grandes Cambios”
–”Se prevén regímenes autoritarios”
–”Los nombres modifican la realidad” (es decir, ojo con la manipulación semántica)
En este contexto y ya sobre el artículo de Javier añadiría que mis conocidos republicanos no piensan en absoluto que el debate sobre la cúpula del Estado sea pertinente en un momento como éste donde las cosas «de comer» se tambalean cada día con más fuerza.
Quiero precisar que alguno de ellos preside desde hace décadas un movimiento Republicano en el sentido clásico del término. Un sentido que no se debe confundir con el uso demagógico que de él hace la izquierda no centrada para a renglón seguido proseguir en su ruta totalitaria. Esta relación perversa está en el profundo recelo que las familias históricamente republicanas, mi caso concreto, sienten hacia casi todo el uso que la izquierda hace del concepto.
Visto el deterioro que han experimentado los partidos —como concepto organizativo para ganar el poder– en la mente de gran parte de la ciudadanía ya está firme la idea de que nadie salido de ellos puede ser capaz de representar con dignidad y respeto por nuestra historia, la Jefatura del Estado. La imagen del presidente francés Hollande con el casco, el «segurata» en el scooter y los croissants en la bolsita de papel ha sido de lo más clarificador.
Además estamos hartos de comprobar que los partidos no son capaces de:
1. De tomar decisiones que perjudiquen sus expectativas ya que lo primero que sopesan ante cada decisión es el impacto de la misma en sus propias filas. Como para poner en sus manos cosas de gran peso.
2. De enfrentarse con seriedad y eficacia a los efectos de políticas supranacionales y acuerdos multilaterales firmados en el pasado que están en la raíz de buena parte de esta crisis.
Una combinación de ambos efectos comienza a tener reflejo en el Parlamento Europeo y esto no debe ser causa de asombro. Es el resultado lógico de una ya larga deriva con gran déficit democrático y de debate ciudadano (Espacio Público «habermasiano» hoy inexistente)
El ejemplo más brutal en España es la íntegra permanencia del sistema autonómico y su ausencia del debate –donde se refugia el grueso de la clase política y clientelar– y ante el que sucumben partidas de gasto social como Sanidad, Enseñanza (el sistema más fracasado del mundo es el español) y hasta la Pensiones Contributivas de gente que ha cotizado religiosamente más de 40 años.
Llevamos casi 7 años de crisis y reducción de todo incluyendo salarios pero nuestras queridas Taifas siguen como si nada. Sacralizadas.
En estas condiciones, acusar a «Podemos» de demagogia es bastante cínico por mucho que se pueda encontrar en ellos alguna que otra demagogia oportunista como es su fomento de más división todavía.
En fin Javier, que esto da para mucho y corto aquí. De momento.
Un saludo cordial
Ramón, una vez más muchas gracias por tus comentarios que aportan muchísimo a este nuevo debate nacional.Un abrazo
Muy de acuerdo Javier.
A pesar de todo lo dicho, ciertamente, no deja de «chirriar» en una democracia avanzada que el puesto de Jefe del Estado sea hereditario y deba ser varón.
Un abrazo, Luis
Desde luego, hay que seguir avanzando y adaptar las instituciones a los tiempos actuales. Muchas gracias Luis.
Estoy totalmente de acuerdo con Javier. No existe prueba ninguna de que en un régimen republicano se vivia mejor que bajo una monarquía. Creo que el problema radica en la idiosincracia del pueblo y no en el sistema en sí, y en ese sentido España tiene mucho trabajo por hacer.
No obstante, creo firmemente que en un país que se precia democrático no es aceptable que decisiones tan relevantes y holísticas como la forma del Estado, una vez que ya se ha consolidado la democracia y no nos econtramos con la delicadez de un momento histórico como fue el de la transición, en el que muchas decisiones debieron ser impuestas, no se someta a consulta popular.
aunque he leído el artículo con una cierta distancia, que por otro lado me ha permitido valorar algún aspecto adicional, estoy totalmente de acuerdo con que un sistema de gobierno que gira en torno a una monarquía parlamentaria no tiene por qué ser ni más ni menos democrático que uno republicano, depende del grado de desarrollo de su sociedad y de las relaciones de ésta con las instituciones, aquí es donde se debe profundizar y donde se debe mejorar, para garantizar la libertad de expresión y la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos. Trabajemos para lograr ese máximo de democracia y de libertad.
con esa distancia que decía al principio, quiero destacar la forma en la que se ha desarrollado el cambio de un rey a otro, en mi opinión ha estado impregnada de grandes y buenos detalles, que debemos agradecer y reconocer.
Teresa, muchas gracias por tu comentario. Coincido en que hay que trabajar para mejorar en nuestro sistema democrático. Un saludo.