Hace tiempo que quería hacer unas reflexiones pausadas sobre el patriotismo. En primer lugar el patriotismo no se entiende por sí solo, es un concepto unido al de patria, y  es aquí donde comienza este intento de poner orden a mis ideas sobre el asunto.

Para hablar de la patria se podía proponer un análisis partiendo de complejas y retóricas definiciones y argumentos históricos. No dudo de la validez de estas propuestas pero voy trabajar con el cerebro limpio de influencias. Así que prefiero pensar que cuando se habla de la patria uno se refiere al lugar en el que ha nacido y al que se siente unido e identificado por diferentes vínculos.

Y ahí comienza el problema. Desde luego, es un dato objetivo el lugar de nacimiento, pero algo tan circunstancial y momentáneo que a lo largo de una vida pude representar absolutamente nada. Pongamos por caso el de un niño nacido en Alaska y trasladado a los dos días de nacer a Nueva Zelanda donde vive el resto de su vida sin saber ni tan siquiera nada de su lugar de nacimiento. Lo de los vínculos es todavía más complicado, aquí se entra en el terreno de lo puramente subjetivo y emocional. Para un emigrante magrebí que vive en Suecia, es probable que esos vínculos sean de tipo religioso, afectivo o perceptivo. Puede que añore sus mezquitas, su familia o sus comidas. Aunque seguramente preferirá los hospitales y las escuelas suecas.

Vengo a decir esto porque el concepto de patria es algo difuso, poco sujeto a norma universal, por ende el patriotismo tampoco es poco traducible a fórmula magistral.

Tradicionalmente, estos conceptos de patria y patriotismo se sacan a relucir a conveniencia del poder establecido o de los intereses del poder establecido, aunque también lo arguyen los lo quieren conseguir.

La patria aparece en escena siempre que la situación lo demanda. Así, se invoca a la patria y al consiguiente patriotismo cuando determinados intereses están en juego dentro o fuera de las fronteras de un Estado, los famosos intereses nacionales –otra palabrita a usar según conveniencia-. La patria se sacraliza y cuando esto sucede el debate se termina, lo divino no se discute, se cree y basta, o se impone lo que es todavía peor. La patria unido a lo sagrado y la fuerza, la fuerza militar casi siempre. Por eso a los militares se les supone el paradigma de los valores patrios.

La patria algo sin forma, un concepto vago, al gusto del interesado. Veamos, ¿para el presidente de una gran empresa transnacional es el mismo que para el de un trabajador de esa empresa? ¿es la misma patria la del presidente de un gran banco que la del de un desempleado? ¿es la misma patria la de un obispo que la de un cura de barrio marginal?

 La patria puede ser un arma de destrucción, como la cruz, la media luna o la estrella de David. En nombre de la patria se han cometido las mayores atrocidades contra los derechos humanos, se han iniciado guerras y genocidios, se ha asesinado, torturado, encarcelado y exiliado. La patria suele ser también excluyente, si no compartes mi idea de patria no eres patriota y, por lo tanto te debo combatir. La patria puede ser terrible.

 Y como puede ser así, y la historia demuestra que tantas veces es de este modo, prefiero no pensar en la patria, prefiero pensar en las personas, en sus derechos. Prefiero entender que por encima de cualquier patria esta la dignidad humana, que por encima de cualquier bandera está la justicia social que permita a los habitantes de cualquier patria una vida plena, un bienestar que proporcione desarrollo humano.

 Prefiero el idealismo de un mundo justo y en paz al patriotismo guerrero y excluyente.

Javier Jiménez Olmos

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