Los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil son una muestra más de una tendencia mundial hacia el populismo de corte autoritario. El vencedor de esta primera convocatoria ha sido Jair Bolsonaro, que ha obtenido en cuarenta y seis por ciento de de los votos. Este hombre ha acreditado, con sus mensajes y comportamiento, actitudes homófobas, misóginas y arrogantes, además de una agresividad propia de los dictadores de corte militarista. En resumen, podría considerarse un elemento ultraderechista que no ha dudado en defender y alabar públicamente la dictadura militar que sufrió Brasil entre los años 1964 y 1985. Un ex militar que avergüenza a cualquiera que ejerce esa profesión al servicio de las sociedades democráticas.
El lema del señor Bolsonaro para su campaña ha sido: “Brasil sobre todo y Dios por encima de todo”. Un lema que define perfectamente la ideología de este personaje. Un mensaje claramente emocional que integra nación y religión, el coctel perfecto para despertar emociones que históricamente han conducido a conflictos y guerras. Primero la patria y por encima de todo y todos Dios, para sacralizar a los mensajeros, para que sus dictados sean indiscutibles. La patria y Dios sobre todo, ¿y dónde quedan las personas?
Este personaje ultraconservador en sus ideas no ha tenido reparos en usar las modernas tecnologías para hacer sus proclamas a través de las redes sociales como whatsApp y Facebook. Las redes sociales permiten lanzar mensajes simples y directos, fáciles y rápidos de asimilar sin análisis. La manipulación un arma de desinformación masiva que ha sabido manejar muy bien el equipo de Bolsonaro. Una manipulación que ha abusado del hartazgo y el descontento con unos dirigentes incapaces de resolver los problemas de la sociedad brasileña.
Un Brasil donde se calcula hay unos cincuenta millones de pobres, de los cuales más de diez millones malviven en la pobreza extrema. No es de extrañar, por tanto, que haya sesenta mil crímenes en un año y que las prisiones se estén abarrotadas con setecientos mil presos. El candidato Bolsonaro ofrece seguridad, más seguridad militarista, endurecer las leyes y reformar la constitución en el sentido de hacerla menos democrática. Se olvida de la seguridad humana, aquella que se ocupa del bienestar y de los derechos humanos de las personas, una seguridad humana que proporciona la paz positiva o paz justa. Una justicia que contribuiría a la disminución de la pobreza y de la desigualdad que son dos de los factores que más contribuyen a la inseguridad.
Ya no es una anécdota, hay demasiadas señales como para no preocuparse. A saber, Trump y Salvini en grandes democracias como Estados Unidos e Italia, además de otros muchos ascensos de partidos de y líderes de talante autoritario en otros tantos países democráticos. Una señal de alerta y preocupación para las democracias consolidadas y avanzadas. Sin pretender hacer un análisis excluyente, porque no lo olvidemos este incremento de ideologías extremistas es respaldado en las urnas, hay que estudiar las causas de este ascenso continuo para poder resolver el problema.
Los partidos tradicionales y la sociedad tienen que hacer examen de conciencia del problema. Los de izquierda para construir un mensaje de unidad esperanzador que llegue a las clases más desfavorecidas. La derecha para lo mismo y para no dar ni una pizca de aliento, connivencia o apoyo a esos salvadores de la patria autoritarios y ultraderechistas. Y todos para demostrar honradez y preocupación por los intereses de ese pueblo al que tanto dicen amar y representar.
Los resultados de las elecciones en Brasil pueden ser un (mal) ejemplo a seguir o una vacuna para no repetirlo. No se pueden negar los graves problemas sociales que el neoliberalismo y la crisis económica; producto de ese sistema, han causado en Brasil y en otras partes del mundo, pero ¿es la solución la vuelta a regímenes autoritarios que además son fervientes seguidores implacables de ese neoliberalismo?
España no se libra de esa corriente populista autoritaria a la vista de la reactivación de movimientos y partidos que parecían desaparecidos después de finalizar la dictadura con el proceso de transición a la democracia y con la democracia misma. ¿Aún estamos a tiempo de parar esa oleada de populismo autoritario?
Javier Jiménez Olmos
9 de octubre de 2018
«España no se libra de esa corriente populista autoritaria a la vista de la reactivación de movimientos y partidos que parecían desaparecidos…» Quizá el problema profesor es que suele obviarse que la reacción es consecuencia de la acción previa, y vivimos en un país que identifica y tolera lo extremo de forma asimétrica. La crítica a los partidos tradicionales no excluye la responsabilidad de los adanistaa de uno y otro signo que con sus cantos de sirena nos harán encallar de nuevo en lo peor de nosotros mismos.
Andrés, muchas gracias por leer y comentar mi artículo. Su aportación es muy considerada por este autor
Soy escéptico de que algunos de los conflictos que siguen siendo alimentados, irresponsablemente, en su escalada resulten todavía reconducibles de forma civilizada e inteligente. (“Nunca debemos subestimar la estupidez humana”, Yuval Noah Harari). Me gustaría creer que estamos todavía a tiempo de consensuar las formulas más idóneas para ello. De lo que sí estoy convencido es que como ciudadanos podemos evitar contribuir individualmente a seguir encendiendo fósforos en medio de este polvorín.
Sin embargo, no dudo que también se comprenderá que de no actuar sensatamente, la única salida –por muy poco honorable o edificante que resulte- a la que se aboca a muchos ciudadanos es al fácil recurso del extremismo populista de uno u otro signo y a la excitación del complejo-R, nuestro cerebro reptiliano y sus memorias ancestrales. Después de todo conviene no olvidar que, «La violencia más destructiva para una sociedad no es un acontecimiento aislado, por terrible que sea. Es un proceso, un continuo de destrucción, que comienza con un sistema de creencias que se traduce en una fina lluvia de odio…Una de las causas de daño es particularmente insidiosa y muy relevante para explicar las primeras fases del continuo de destrucción: son aquellos actos en los que se priva a una persona de aquello que le es debido por ley…Tal situación de pasividad se agrava cuando los ciudadanos no son conscientes de cuál es, en las democracias occidentales, la fuente fundamental de lo que les “es debido” por parte de los demás ciudadanos y las instituciones: su Constitución y las leyes que se derivan de ésta.» https://www.linkedin.com/pulse/incendiar-la-convivencia-andrés-vázquez-lópez
Estupendo artículo profesor. Al hilo del fomento de los autoritarismos, me estoy leyendo un libro muy recomendable del historiador Jacques Pauwels titulado Big bussines and Hitler en el que desvela y pone de manifiesto como Hitler fue financiado y ascendido al poder por empresarios (Thyssen, Krupp, Cuno, Keppler,…) y grandes banqueros (Schacht, Shroeder,…) o sea el Big Money. Su idea es que las dictaduras fascistas fueron deseadas, queridas y promocionadas por el capitalismo, que después obtuvo réditos económicos (salarios bajos, más horas de trabajo, eliminación de sindicatos obreros, esclavitud laboral, programas industriales de rearme,…). Visto lo visto, no me extrañaría que el gran capital esté detras del escenario. Como se ha dicho: la historia no se repite pero rima.
He vivido dos veces en Brasil. En total un poco más de 5 años. En los años 70 y años 80. Es decir, conocí aquella dictadura que era bastante más flojita y con bastante más libertad de prensa que la que había en la época final del franquismo y, –si me apuran y en algunos temas muy concretos–, más libertad de expresión que en la Europa actual. Por ejemplo «Ideología de género» y «cambio climático» antes «calentamiento» global.
El recuerdo que tengo es el de un gran país, 16 veces más grande que España. Una nación en marcha, con identidad propia, tratando de resolver unas enormes diferencias económicas en una población cuyo verdadero número es imposible de conocer con precisión, con una clase media trabajadora en crecimiento, unas élites bien educadas en las mejores universidades del mundo, una industria creciente porque las élites políticas y económicas eran conscientes de que sin industria nacional no se podía tener un papel mínimamente relevante ni resolver diferencias sociales.
Por aquel entonces Lula era un joven icono que, salvando las diferencias de edad, me recordaba con simpatía a nuestro Marcelino Camacho o a Nico Redondo.
No he vivido la democracia formal brasileña durante mucho tiempo pero sí he visto de cerca lo sucedido en Venezuela y el desastre Argentino cuya semilla sembró el peronismo hasta convertirla en una nación de tercera y probablemente irrecuperable. Para quienes no lo sepan Argentina fue «nación de primera división».
Por entonces Argentina producía unos 30 millones de toneladas de cereales, hoy pasan de 100 millones de toneladas al año. China, como cliente, hizo la diferencia porque Argentina, sin masa crítica y con un sindicalismo todopoderoso, era ya un país en el cual es imposible crear y sostener la propia industria. Sumémosle la corrupción de Venezuela y una perspicacia italiana para sobrevivir en un mal entorno en Argentina y vemos un par de estados fallidos irrecuperables.
Brasil se ha llevado el susto de ver que San Lula y Santa Dilma eran corruptibles y que sus recetas, basadas exclusivamente en la célebre «Redistribución» –extractiva, no lo olvidemos–, no se pueden sostener si el Estado es incapaz de Crear por lo menos la misma riqueza que «redistribuye».
Y esto sucede en un momento en el cual un observador imparcial sabe desde hace años que «nada es gratis» y que Comprar Votos y Mantener Redes Clientelares tiene fecha de Caducidad.
Más nos vale preocuparnos de que no nos suceda lo mismo porque tampoco somos inmunes y llevamos caminos muy parecidos en gran parte de Europa.
Por otra parte, una cosa que ya hemos aprendido en el Atlántico norte es que –en cuestiones clave– nuestra prensa no es de fiar. Por lo tanto mucho de lo que se atribuye a Bolsonaro, a Trump, a Teresa May, al húngaro o a los polacos hay que tomársela con mucha prevención porque cuanto más les azuza la prensa socialdemócrata –subvencionada por nuestros estados hasta las cachas– más gente les vota al darse cuenta de que la prensa les miente. Ahora parece que todos esos personajes son fruto de Putin. Hombre, seamos serios.
Lo relevante para nosotros es, en mi humilde opinión, que los venezolanos se creían inmunes, los argentinos se creían los genios del cono sur y los primeros ya van pasados del castrismo y los segundos de la bancarrota porque han vuelto a gravar abusivamente sus exportaciones de cereales y carne.
Los «autoritarismos» a los cuales alude nuestro querido autor, D. Javier, deben ser a su vez analizados despacio para «mejor discernir» como diría el P. Arrupe o dice el Papa Francisco. Ambos jesuitas.
¿No es acaso autoritarismo la imposición –sin voto ni consulta– de la Ideología de Género en nuestra enseñanza infantil y juvenil? ¿No es autoritarismo de la peor especie que los padres no puedan decir nada acerca de cómo quieren que se eduquen sus hijos o que siendo el español la lengua mayoritaria de la población de Cataluña (3.3 millones hablan español en casa vs 1.9 millones que hablan catalán) se les ningunee como si fueran basura condenando a esa comunidad al doble de fracaso escolar que los niños en cuya casa se habla catalán?
No es autoritarismo que a D. Francisco Oya se le niegue su dereco a enseñar historia (nº 1 de su oposición a catedrático de Instituto) porque esa historia no es la que gusta a los Golpistas Totalitarios.
El último capítulo del libro de Tocqueville «La democracia en América» se titula en la edición francesa «Le Despotisme Democratique». Por lo visto ya estamos en dicha etapa y los ciudadanos, en nuestra cultura, siempre nos hemos rebelado contra el despotismo.
Venga de donde venga.
En Brasil también. Pero en Venezuela y en Cuba se han tenido que ir a millones.
Por lo tanto creo que es prudente esperar. Michael Moore ya anda diciendo que le parece que Trump va a ganar la reelección. No lo sé ni me importa pero está tratando de reconstruir su industria, sus empleos y sus libertades perdidas. Con defectos, por supuesto. Pero lo que nos está sucediendo –tan solo 40 años después de esta constitución– es que con Felipe González llegamos al 26% de paro. Con Zapatero al 28% o 29% y estamos entrando en una etapa realmente preocupante que tiene toda la pinta de superar los registros anteriores.
Quizás debiéramos revisar qué nos está sucediendo cuando nos cuesta tanto hablar con la verdad de nuestros problemas de fondo. De momento Portugal ha lanzado un programa para atraer residentes extranjeros garantizándoles un 20% de IRPF si viven diez años en el país. Ya conozco cuatro españoles contemplando irse al otro lado de la frontera.
Cuando queramos darnos cuenta será tarde porque no somos más listos que venezolanos, argentinos o brasileños.
Por supuesto que espero que Bolsonaro (y todos los demás) se comporte mejor de lo que dice la prensa. Una prensa a la cual resulta cada vez más difícil creer. Como cuando la culpa de todo la tiene Putin.
Saludos y gracias por la rara oportunidad de discrepar un poco de D. Javier.
PS. Por cierto, en el billete del Dólar también dice «In God we trust». Dios es un buen horizonte. Nos hace humildes.
Querido Ramón, la discrepancia enriquece cuando proviene de personas documentadas y con argumentos.
Muchas gracias y un fuerte abrazo
Javier