Hace unos meses escribí un artículo en el que decía que la ciencia nos salvaría de la pandemia, hoy, como en ese día, me reitero en la afirmación. A la vista de la falta de condiciones para liderar en situaciones límite de una parte de los dirigentes políticos, y de los comportamientos de demasiadas personas irresponsable, la vacuna es nuestra única esperanza. Los primeros no saben o no quieren decidir con arreglo a criterios racionales estrictamente sanitarios, y los segundos no son conscientes de su responsabilidad individual para solucionar esta crisis.

Es decepcionante comprobar como en medio de esta enorme crisis, la más grave a la que se enfrenta la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial, parte de los “profesionales” de la política pierden el tiempo en sus rencillas partidistas, mociones de censura, campañas electorales, elecciones y diatribas irrelevantes que, si bien pueden ser aceptables en situaciones de normalidad, son inapropiadas e irresponsables en unos momentos donde no hay otra prioridad que salvar vidas humanas y solucionar la grave crisis económica a la que nos enfrentamos.

Y también es descorazonador comprobar que hay demasiados irresponsables circulando por el mundo, incapaces de comprender la dimensión de la tragedia, sólo pensando en su “libertad” individual. Personas que consciente o inconscientemente son insolidarios y, en algunos casos hasta (presuntos) delincuentes.

Parte de los políticos y de la sociedad se han instalado en lo que podríamos denominar “el populismo de bar”, ese populismo que es superficial, ignorante y corrosivo. Es un populismo basado en la incultura, en la ignorancia, en el egoísmo, en el cortoplacismo y en la complacencia lúdica en busca del voto fácil.

Se corre el grave peligro de que la desilusión y el descontento lleve a las sociedades a escuchar los discursos de reaccionarios o revolucionarios en los que el “populismo de bar” se sostiene: “esto lo soluciono yo en un día” (típica conversación de bar). Los bares están muy bien para prestar un servicio y para disfrutar de compañía, pero lo que allí se dice no tiene otro valor que la mera opinión (como la mía en estas líneas). Es comprensible que los ciudadanos de a pie opinemos sin más, pero los dirigentes tienen la obligación de decidir y comunicar siguiendo criterios científicos.

Se corre el riesgo de que esta crítica a los políticos se generalice y se dé pábulo a salvadores de la patria disfrazados de libertarios o revolucionarios. Ojo, porque es el primer paso para cuestionar el sistema y la democracia.

Lo que yo intento exponer en estas reflexiones es que en estos tiempos de tragedia humana (¿o no lo es con millones de muertos en el mundo?) hay que establecer prioridades y centrase en el núcleo del problema, aunque ello signifique renunciar a algún derecho fundamental durante un periodo de tiempo, porque para salvar el principal derecho fundamental que es la vida es necesario, como la ciencia demuestra, limitar la movilidad, las reuniones sociales y los lugares cerrados.

El “populismo de bar” cuestiona a la ciencia por ignorancia o por conveniencia. Los políticos no se atreven dictar soluciones más drásticas a pesar de las evidencias del incremento de los contagios. Imbuidos de ese “populismo de bar” consienten que el virus lleve la iniciativa, a la espera de que en las próximas elecciones se les vote, para que prosigan en sus privilegiados sillones con el beneplácito de una sociedad resignada o, no sé si es peor, convencida por los argumentos emitidos desde “la barra del bar”.

Javier Jiménez Olmos

30 de marzo de 2021

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