La foto de un niño sirio ahogado sobre una playa
ha removido las conciencias.
Ese niño es una de las consecuencias y reflejo de un sistema internacional, dirigido y manipulado por las grandes potencias al servicio de los intereses económicos de las poderosas compañías transnacionales y de la ingeniería financiera al servicio de la especulación.
La imágenes de miles de personas que huyen de la guerra o de la miseria buscando refugio en Europa son la representación de un sistema socioeconómico mundial basado en la obtención del beneficio a cualquier precio, de un neo imperialismo del que son responsables máximos las cinco potencias que tienen asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (China, Francia, Estados Unidos, Rusia y Reino Unido) a las que hay que unir otra con la misma vocación: la Alemania de Ángela Merkel (hay otra más solidaria y generosa que, por fortuna, está dando la cara).
La guerra de Siria, principal motivo de este éxodo forzado, tiene unas causas y unos actores que han actuado como elementos incendiarios y otros, entre los que se encuentra la Unión Europea, que han pasado de puntillas como si el asunto no fuera con ellos. Ahora se ven las consecuencias. Europa recibe a millones de refugiados. Los europeos, más solidarios y responsables que la mayoría de sus dirigentes, van a tomar la iniciativa de acoger a estas personas destrozas por una guerra de la no son culpables.Pero también, al mismo tiempo, de nuevo comienzan a sonar «los tambores de guerra». Algunos de estos líderes europeos, que han sido incapaces de aportar soluciones negociadas para resolver el conflicto sirio, apelan a las soluciones puramente militares. El Presidente de la República Francesa, François Hollande, parece que de nuevo quiere “subirse al portaviones”, como lo hizo cuando los atentado de París en enero de 2015. Algunos líderes mundiales no han aprendido las lecciones de la historia, ni tan siquiera la reciente en Afganistán, Irak o Libia. ¿Sus intereses, o los de las corporaciones económicas a las que sirven, decidirán actuar en nombre de la seguridad? ¿qué seguridad?
La seguridad que importa a esos millones de personas que huyen de la guerra es su seguridad humana, la que se ocupa de las personas como individuos, la que concierne a su bienestar, a su libertad, a su dignidad como seres humanos. ¿Se conseguirá eso con más bombardeos o intervenciones militares o se agravará la situación y se producirá más odio y represión?
Nadie tiene ya “la varita mágica” de una solución que sí se pudo haber dado en los orígenes. Ahora todo es más complicado. Desde luego, no se puede continuar con la actual situación de guerra, pero los líderes europeos y mundiales deberían reflexionar sobre las implicaciones de una intervención militar. Deberían calcular muy bien los efectos de esa intervención militar y pensar en el día después, algo que no hicieron con Afganistán, Irak y Libia con los resultados que estamos comprobando.
Sentar en una mesa de negociación a los más fanáticos es difícil pero no hay que descartar nada. Y no hay que olvidar que, por increíble que parezca a las mentalidades occidentales, grupos como Daesh (Estado Islámico), Al-Qaeda u otros gozan del apoyo de parte de la población de los países en guerra. Irán también fue descartado por Occidente como interlocutor cuando comenzó la guerra en Siria. Ahora todos lo consideran un actor indispensable para una solución no militar a ese conflicto armado. Tampoco al-Asad lo era, ahora resulta indispensable.
No hay que olvidar que hay otros conflictos en curso, que ya están originando crisis humanitarias importantes, en África Subsahariana y en Yemen**. Este último muy relacionado con las rivalidades causantes de las guerras en Irak y Siria, donde la lucha por el poder entre las petromonarquías del Golfo e Irán, alentadas y patrocinadas por las grandes potencias mundiales –las mismas que tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad-. Irán y las monarquías del Golfo, Israel y Turquía se aprovisionan con las armas que les proporcionan las potencias para que se lucren sus grandes empresas de armamento. Todo a costa del sufrimiento humano de millones de inocentes.
Si las democracias occidentales estuvieran interesadas en atajar los conflictos en su raíces, si realmente fueran coherentes con los principios que defienden y que reflejan en constituciones nacionales y tratados internacionales, entre otras muchas acciones, estaría la de no vender ni un solo fusil a aquellas naciones gobernadas por dictadores, -los hay de todos los colores- que las emplean para reprimir a sus propios pueblos o contra otros para conseguir sus egoístas intereses. Pero, el negocio es el negocio y la industria de armamento no tiene alma.
(Ver: https://jjolmos.wordpress.com/2015/04/12/carrera-de-armamentos-quien-se-prepara-para-la-guerra/)
(Hacer click sobre la imagen para ampliar)
Hay que buscar soluciones inmediatas y duraderas, sin prejuicios y sin condiciones previas, sin pretender juegos de suma cero en los hay vencedores y perdedores. Para ello se propone:
– Provocar una gran mesa de diálogo en la que estén presentes árabes, iraníes, turcos e israelíes y todos los grupos, sin excepción, lo que incluiría a Hamás, Hezbollá y todos aquellos involucrados que deseen participar sin descartar a ninguno. Una mesa con mediadores aceptados por todos. Mediadores que no sirvan a los intereses de las grandes potencias e intereses económicos, con personalidades ligadas a la consecución de la paz.
– Terminar de inmediato con la venta de armamento a los países de la zona que según los últimos datos documentados es una de las regiónes del mundo que más se está armando.
– Establecer una zona de cooperación al desarrollo con un plan de ayuda para tal finalidad que permita incrementar el bienestar de los habitantes de Oriente Medio.
– Estudiar la reconfiguración de fronteras para conducir a estados más homogéneos y acordes con su historia, estados en los que se reparta equitativamente las enormes riquezas naturales de Oriente Medio, en los que sus habitantes puedan percibir las rentas de esos recursos y no sólo las oligarquías dominantes o las transnacionales que las explotan.
Javier Jiménez Olmos
8 de septiembre de 2015
*Sobre la guerra de Siria se publicaron en sus comienzos algunos artículos que pueden leer en los enlaces siguientes:
https://jjolmos.wordpress.com/2013/09/01/siria-demasiados-interrogantes-para-la-paz/
https://jjolmos.wordpress.com/2013/09/09/armas-quimicas-en-siria-quien-dice-la-verdad/
https://jjolmos.wordpress.com/2013/09/18/informe-sobre-uso-de-armas-quimicas-en-siria/
https://jjolmos.wordpress.com/2013/09/23/guerra-en-siria-el-momento-de-rusia/
https://jjolmos.wordpress.com/2013/12/26/siria-hasta-enero-demasiado-tiempo-para-sobrevivir/
A continuación se ofrece un resumen de los mismos.
LA GUERRA EN SIRIA
Al comienzo de la primavera árabe, Bashar al-Asad declaraba que esas revueltas solo se daban en los países bajo el paraguas del capitalismo norteamericano. Muy a su pesar, las protestas se fueron generalizando. Al comienzo el régimen de Asad intentó usar la mano dura al mismo tiempo que hacía algunas concesiones a los que consideraba opositores moderados. Pero conforme las protestas, mayoritariamente pacíficas en sus comienzos, eran seguidas de represión, los grupos opositores se organizaban para oponerse al régimen mediante la lucha armada. La violencia se fue imponiendo por ambas bandos de una sociedad en la que se había larvado un conflicto desde hacía décadas.
¿Qué hacía entonces la Comunidad Internacional? Como en tantas ocasiones dividida según sus intereses en la región y sin importarle demasiado el sufrimiento de una gran mayoría del pueblo sirio. Situación que permanece hasta estos momentos. Ni Estados Unidos, ni la Unión Europea realizaron los esfuerzos diplomáticos que requería la situación de modo que se pudiera solventar el conflicto mediante el diálogo entre las partes. Tampoco Rusia o China actuaron debidamente como intermediarios entre las partes. Los occidentales preocupados por la desestabilización que pudiera causar la caída del régimen de Asad; rusos y chinos también preferían que siguiera al-Asad en el poder.
Mientras, la Liga Árabe, más preocupada por sus intereses petrolíferos y gasísticos en competencia con sus vecinos persas, azuzaba los vientos de la discordia para debilitar el poder de Irán a través de la eliminación de su principal aliado sirio. Ya lo habían hecho anteriormente apoyando al “temible” Sadam Hussein iraquí en su guerra contra Irán. Una Liga Árabe en la que las petromonarquías del Golfo no gozan de ningún prestigio moral para defender propuestas de cambio democrático en ningún país. Las rivalidades ancestrales entre persas y árabes, acrecentadas por las religiosas –los árabes suníes y los persas chiíes-, son potenciadoras de las más actuales luchas económicas y de poder en la región.
La Comunidad Internacional contribuyó a que las revueltas se convirtieran en conflicto y después en guerra civil. Primero por su inacción diplomática y después por su partidismo, cada uno con su bando, a los que han armado en la medida de lo posible. Mientras, la cifra de víctimas mortales supera las doscientas mil, sin contar los millares de heridos, además de casi ocho millones de desplazados internos y casi cinco millones de refugiados (Siria tiene una población cercana a los 24 millones) huyendo de la crueldad de una guerra civil, donde ya no es posible distinguir entre “buenos y malos”.
La solución propuesta: los bombardeos, el poder de las armas, aún sin el consentimiento de las Naciones Unidas, aún sin el apoyo de la opinión pública y sin la autoridad que confiere el actuar de acuerdo con las leyes internacionales. Pero no es la primera vez, ya se hizo en Bosnia, Kosovo e Irak. Pero los bombardeos y las invasiones, a pesar del consentimiento de las Naciones Unidas –como Afganistán y Libia- resultan poco eficaces, incluso en el corto plazo.
En Bosnia los bombardeos de la OTAN sobre posiciones serbias en 1993 provocaron más represión. En Kosovo éxodos masivos, víctimas colaterales, una posterior declaración de independencia en contra de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU y, eso sí, que los norteamericanos, al amparo de la OTAN instalaran en este país “títere” su base militar más importante en el mundo, Bondsteel, desde donde ejercen su influencia en Oriente Medio. De Irak solo baste leer las informaciones diarias para ver en qué se ha convertido ese Estado; lo mismo se puede decir de Afganistán. Libia, es el caso reciente más paradigmático de los resultados de una intervención militar extrajera .
Las soluciones militares no son otra cosa que el fracaso de las relaciones internacionales, de la incapacidad de las grandes potencias para negociar sin imponer. La guerra es siempre la peor de las opciones. ¿Qué hubiera sucedido si en lugar de emplear la fuerza militar se hubiera optado por la negociación en todos los casos expuestos? Seguramente se habrían evitado millares de desgracias humanas. Es posible que las transiciones hacia regímenes democráticos hubiera sido lenta, pero la imposición de la democracia no ha dado resultado y las consecuencias de las intervenciones militares han causado condiciones de vida mucho más duras que las de los dictadores derrocados.
Para llegar a la democracia hay que pasar por ciertos estadios que no se alcanzan a fuerza de cañonazos. Es necesario el desarrollo económico y social, el fomento de la educación, la cultura, la salud, el respeto; y eso no se consigue con las bombas sino con la cooperación, con la ayuda, con el diálogo.
En la guerra de Siria, como en la de otros lugares, los intereses priman sobre los valores. Aquí cada actor exterior apoya a su bando en función de lo que le conviene. Estados Unidos quiere seguir siendo la potencia hegemónica en esa parte del mundo y en todas, por lo que apoya lo que le conviene: apoyar a Israel y sus aliadas petromonarquías del Golfo Pérsico, contener la influencia rusa china y disuadir a los iraníes de cualquier acción contra la estabilidad del la región. Francia, que se suma a la contienda, pretende hacerse ver en una zona que fue parte de su imperio al mismo tiempo que busca la oportunidad de que sus empresas puedan aprovecharse de un posible reparto cuando caiga al-Asad.
¿Servirán estos ataques para que los sirios y todos los habitantes de Oriente Medio puedan vivir mejor? ¿Se detendrá la guerra civil? ¿Se cometerán los mismos errores que en Irak desmantelando el ejército, la administración del Estado y convirtiendo a Siria en otro Estado fallido? ¿Quién o qué facciones se harán cargo del gobierno de la nación? ¿Serán capaces de proporcionar mayor bienestar y estabilidad en el país? ¿Cómo reaccionará la comunidad musulmana mundial? Demasiados interrogantes para contestarlos con el simplismo de un ataque militar justificado como injerencia humanitaria, que ni tan siquiera goza del apoyo internacional y cuya ejecución pone en entredicho el cumplimiento de la legalidad internacional. Demasiados interrogantes para la paz.
INTERVENCIONES HUMANITARIAS
Los términos “intervención humanitaria” o “injerencia humanitaria” se emplean para expresar la posibilidad de actuar dentro de un país soberano con el objetivo de proteger a sus ciudadanos de las vulneraciones de sus derechos humanos por parte de sus propios dirigentes. Se trataría de una actuación desinteresada por parte de terceros países o coaliciones internacionales. En principio es un asunto muy complicado porque esas intervenciones suponen una vulneración de la soberanía nacional contra un Estado que no ha amenazado o atacado a los estados intervencionistas.
La soberanía del Estado es un elemento fundamental en las relaciones internacionales y en el Derecho Internacional. Así, en el artículo 7 de la Carta se dice que “ninguna disposición autorizará a las Naciones Unidas a intervenir en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción de los Estados”; no obstante, añade el mismo artículo que “este principio no se opone a la aplicación de las medidas coercitivas prescritas en el Capítulo VII”, lo que ya supone una contradicción sujeta a interpretaciones.
El artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas prohíbe a los Estados “recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado”; sin embargo, contempla dos excepciones: la primera, la legítima defensa en caso de ataque armado; y la segunda, las acciones armadas autorizadas por el Consejo de Seguridad según lo establecido en los Capítulos VII y VIII de la Carta, que tratan respectivamente las acciones que se pueden tomar en caso de amenazas o quebrantamiento de la paz o actos de agresión, y los acuerdos regionales.
La injerencia humanitaria es uno de los aspectos más controvertidos de la Carta de la Naciones Unidas. Si ya son discutibles las intervenciones que se pueden realizar al amparo del artículo 42, en el que se expresa la posibilidad de ejercer acciones militares, como ha sucedido en Irak y Afganistán, con el pretexto de amenazas o ataques armados, mucho más lo es el uso de las fuerzas militares con el pretexto de razones humanitarias.
El doble rasero de esas intervenciones en derecho de unas poblaciones sometidas a crímenes o vulneración de sus derechos humanos es objeto de críticas. La duda de las intervenciones humanitarias se plantea en un doble sentido: primero, ¿quién tiene la capacidad moral y legal de decidir que se están cometiendo crímenes contra la humanidad en un determinado Estado?; segundo, ¿por qué se actúa en unos Estados y no en otros cuando se dan las mismas condiciones de acciones criminales por parte de sus gobernantes? Parece que la injerencia se puede convertir en un asunto “a la carta”.
En la actualidad ya no se admite que violaciones graves de los derechos humanos en el interior de un Estado sea un asunto exclusivamente interno. ¿Cómo se debe responder cuando se producen crímenes contra la humanidad? Los expertos en derecho internacional se inclinan por la “responsabilidad de proteger”. Es decir, ante situaciones límite de violaciones de derechos humanos debe prevalecer esa responsabilidad de salvaguardar vidas sobre el principio de no intervención, aunque siempre queda bien entendido que el uso de la fuerza será el último recurso.
En la Declaración de la Cumbre de las Naciones Unidas de 2005 se dio un respaldo definitivo a la responsabilidad de proteger a las personas del genocidio, los crímenes de guerra, las depuraciones étnicas y los crímenes de lesa humanidad. En esta declaración se establece la obligatoriedad del uso de medios pacíficos para tales fines aunque, cuando no surtan efecto, se podrá utilizar el uso de la fuerza siempre que lo autorice el Consejo de Seguridad.
LEGITIMIDAD PARA LA COERCIÓN E INTERVENCIÓN MILITAR
Entre las medidas coercitivas se incluyen los embargos económicos, financieros y de adquisición de armamentos, y las diplomáticas, como restricciones a desplazamientos de dirigentes y diplomáticos, o la suspensión cautelar en organizaciones internacionales. Estas sanciones deben ser tomadas siempre de un modo que no resulten devastadoras para la población civil.
Las intervenciones militares deben emplearse en casos de extrema necesidad dentro de la responsabilidad de proteger a las personas, como ya se ha mencionado con anterioridad. Estas intervenciones deben cumplir una serie de condiciones:
– Primera, que se ajuste a las decisiones de una autoridad apropiada, (la ONU es la organización que debe tener la autoridad, aunque en ocasiones la OTAN se ha considerado como autoridad competente para decidir intervenciones militares).
– Segunda, obedecer a una causa justa tal como evitar una limpieza étnica, crímenes de guerra o la violación sistemática de los derechos humanos que estén ocasionando un gran número de víctimas civiles (muertos, heridos, desplazados, refugiados).
– Tercera, debe ser planificada, dirigida y ejecutada por una coalición internacional, para evitar que obedezca a intereses particulares.
– Cuarta, haber agotado todos los medios diplomáticos para alcanzar una solución.
– Quinta, emplear los medios militares proporcionales para no empeorar la situación y no producir daños y víctimas colaterales.
** Sobre el conflicto de Yemen ver:
https://jjolmos.wordpress.com/2015/02/22/yemen-un-escenario-imprevisible/
https://jjolmos.wordpress.com/2015/04/02/yemen-en-guerra-tormenta-decisiva/
La construcción de la paz, sin duda, no es una actividad neutral desde el punto de vista político. La naturaleza del conflicto, las circunstancias del cese de hostilidades –en donde entran en juego aspectos relacionados con la derrota o la victoria militar de las partes, los desequilibrios de las negociaciones, entre iguales o no, las intervenciones externas-, si se llega a soluciones negociadas condicionadas por diferentes factores, el tipo de acuerdos alcanzados, los intereses estratégicos en juego o la participación de la comunidad internacional a través de sus agentes y organizaciones en la solución del conflicto, son todo un conjunto de circunstancias combinadas que constriñen y determinaran la orientación última de la construcción de la paz.
Pero no es el análisis de este escenario conocido el que queremos abordar. En donde queremos poner el foco de atención es en la relevancia esencial que para la viabilidad de cualquier acuerdo base de una futura construcción de paz, con independencia de las particulares circunstancias en que aquel se hubiera producido, representa la inclusión de las víctimas sobrevivientes y colaterales como una parte más a considerar en el marco de las negociaciones desarrolladas con los protagonistas directos del conflicto.
http://alenmediagroup.blogspot.com.es/2015/09/el-imperio-de-la-noche-ha-vuelto-la.html