
Después de la Segunda Guerra Mundial, entre los años 1945 y 1998, se desarrolló a nivel global lo que se ha llamado Guerra Fría, una confrontación de los dos poderes mundiales del momento: Los Estados Unidos de Norteamérica (EE. UU.) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Una disputa concebida como dos modelos de vida diferentes: el capitalismo norteamericano y el socialismo soviético. Dos ideas distintas de entender la economía y las relaciones humanas que conllevan.
La Guerra Fría representaba el modelo de relaciones del uno contra el otro, sin términos medios. Cada uno de los bandos estaba siempre en posesión de la verdad absoluta, mientras que el otro mentía: “los buenos contra los malos”. Cada uno de ellos tenía la certeza moral de que su ideología era la única y exclusiva para resolver los problemas de la gente; de esta manera el diálogo y el acuerdo era imposible, sólo cabía la imposición, la vía militar, que en eso sí estuvieron de acuerdo y adoptaron el militarismo como forma prominente de dominación.
Desde el bando capitalista se argumentaba que el mercado era la única vía económica para el progreso, mientras que desde el lado soviético se argumentaba que era el Estado el que lo conseguiría. Dos ideas de justicia social, una lo dejaba al albur de la ley de oferta y demanda, mientras que la otra proponía una planificación estatal. El individualismo liberal contra el colectivismo marxista.
Hoy en día parece que reviviera esta polarización vivida durante la segunda mitad del siglo XX. Algunos líderes políticos, y parte de la población que les sigue, continúan con esa mentalidad de la Guerra Fría, en la que el diálogo desapareció y el “otro” era siempre considerado como una amenaza, como un enemigo. Parece como si las soluciones absolutas fueran la opción exclusiva, como si no existieran soluciones intermedias.
En la mentalidad liberal Occidental, la libertad individual, la iniciativa privada y el libre mercado son derechos irrenunciables. Sin embargo, en tiempos de crisis económica o sanitaria (como ahora sucede) se recurre, más aún se exige, la intervención del Estado y de las organizaciones internacionales para planificar y resolver problemas económicos y sociales.
Por tanto, habrá que pensar si hay que revisar los dogmas económicos y sociales dependiendo del momento. Reflexionar sobre la prioridad actual: ¿Ahora qué es más importante la libertad individual o la seguridad sanitaria? ¿El libre mercado o la planificación conjunta?
Resolver estos dilemas no es fácil, máxime en sociedades democráticas. Ahí está la habilidad de los líderes, saber leer las circunstancias y adaptarse con inteligencia, que exige mucho diálogo, a los avatares del momento. Y también la capacidad reflexiva de los ciudadanos, exigir cooperación en vez de confrontación a esos líderes a los que, al menos en las sociedades avanzadas, se eligen democráticamente.
Los dogmatismos sirven poco en ocasiones como la de la crisis del covid-19 (si es que alguna vez sirven de algo). La Guerra Fría y las crisis subsiguientes nos enseñaron que ni el capitalismo ni el comunismo fueron la solución para acabar con las crisis económicas, la desigualdad y la pobreza. El comunismo soviético fracasó, pero el capitalismo (con su rama más radical representada por el neoliberalismo global) tampoco demuestra ser la herramienta capaz de crear sociedades más justas.
Por eso, para los líderes políticos actuales y a sus más fieles seguidores es exigible reflexión sobre las posiciones inflexibles. Nos encontramos en una encrucijada de posiciones inalterables, cuasi fanáticas: neoliberales, nacionalistas, nacionalpopulistas, neofacistas, y neocomunistas (a veces se entremezclan). Todos ellos sin dejar margen para el acuerdo, sin pensar en otra cosa que no sea su propio pensamiento inalterable.
Pero también nos encontramos líderes, y sus correspondientes seguidores, que desde posiciones ideológicas más moderadas se dejan arrastrar por el discurso extremista radical. Como ocurrió durante la Guerra Fría, se alinean con uno u otro bando por puro interés económico, político o electoralista, sin pensar en las consecuencias de acercarse a los extremismos.
No es inteligente, ni conveniente la polarización. La Guerra Fría no produjo confrontación directa entre los dos grandes poderes norteamericano y soviético, pero sí condujo a innumerables conflictos locales y regionales, con millones de víctimas. Algunos de esos conflictos todavía perduran, incluso se están produciendo otros que son herederos de los anteriores. La Guerra Fría condujo a la militarización del mundo, a la carrera de armamentos, cuyo máximo exponente es el poder nuclear capaz de destruir el Planeta entero.
Imitar los comportamientos de la Guerra Fría es una irresponsabilidad política, más aún cuando el enemigo común, que es el covid-19, no conoce de fronteras ni ideologías. La polarización en este caso no solo es irresponsable, es absurda, solo conduce al conflicto. Por consiguiente, es responsabilidad de todos, especialmente de los líderes políticos fomentar el diálogo y el acuerdo consiguiente.
Con la crisis del covid-19, el mundo (España incluida) se encuentra en un momento decisivo, en el que más que nunca se necesita flexibilidad, prudencia, sabiduría y respeto.
Nota final.- Por favor, cuando leamos este artículo no pensemos que son los “otros” los inflexibles, los imprudentes, los ignorantes o los irrespetuosos Hagamos el ejercicio de pensar en nuestra propia aptitud, en nuestros prejuicios y en nuestros conocimientos.
Javier Jiménez Olmos
20 de abril de 2020
Los Dogmaticos, los poseedores de la Verdad, están encadenados, se encadenan a sí mismos.
Ortega y Gasset escribió (presumo de haberlo practicado ) «Siempre que enseñas, enseña a dudar de lo que enseñas».
y…J.A.Labordeta: «Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad……tambien será posible que esa hermosa mañana, ni tú, ni yo, ni el otro, la lleguemos a ver, pero habrá que empujarla para que pueda ser».
Como siempre interesante y lucido en tu focalización profesor. Lo cierto es que todos los avances, al menos todos los que se abordaron en sociedades libres y democráticas, fueron y son un desafío a la dicotomía. El escritor F. Scott Fitzgerald creía que una prueba de inteligencia es la capacidad de mantener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y todavía conservar la capacidad de funcionar. Ir más allá del bien / mal, en definitiva, como dicotomía y apreciar la ambigüedad de cada caso. El replanteo restablece el objetivo con el que uno ve la realidad, pero implica que nadie juegue sucio. Quizá todavía quede una oportunidad para la esperanza.