En este artículo trato de resumir dos documentos que he leído recientemente y que por los asuntos que se tratan he creído conveniente dar a conocer y aconsejar su lectura completa. El primero se trata de una Exhortación del Papa Francisco dirigida no sólo a las personas consagradas a la religión, sino a los fieles y a los laicos. La segunda mucho más breve es un mensaje del Arzobispo de Tánger sobre migraciones y fronteras del Sur de Europa[1].
El Papa Francisco nos habla en primer lugar de la alegría contrapuesta a ese miedo que nos transmiten para hacernos más sumisos: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres, de la conciencia aislada”. El Arzobispo de Tánger, nos recuerda el drama de los inmigrantes, agravado por la instalación de muros con alambradas cortantes.
Dos mensajes de que reconfortan porque tratan de asuntos que preocupan y afectan la vida de las personas en la tierra. Un mensaje de solidaridad con los que sufren. Tan acostumbrados a que desde la jeraquía de la Iglesia Católica se prioricen otros problemas, estas declaraciones son una esperanza para todos aquellos que creen que por encima de cualquier religión o ideología está la dignidad humana.
El Papa está en la Tierra, cuando dice que: “sin embargo, no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas”; por eso “La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente” y añade que “estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de un poder muchas veces anónimo”
Francisco se rebela con un rotundo “no a una economía de la exclusión y la inequidad” y asegura que “esa economía mata” por lo que “no puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”. “Eso es exclusión” asegura, por lo tanto, “no se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre, eso es inequidad”.
No oculta su crítica al sistema económico imperante cuando dice que “hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil” y “como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes sin salida”. Y profundiza más en su crítica cuando expresa que “en este contexto, algunos todavía defienden las teorías del “derrame”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo”. El Papa Francisco no comparte esa opinión porque dice “que jamás ha sido confirmada por los hechos” y “expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”.
Para el Papa “los excluidos siguen esperando” en este mundo que ha desarrollado “la globalización de la indiferencia” y donde “nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros”, donde “no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe”. “La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”
También es rotundo contra “la nueva idolatría del dinero” cuando escribe que “la crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!”. Consumo es una palabra sagrada porque produce beneficio: “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”. Y culpa de ello a determinadas formas de pensar: este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”.
Esas ideologías con “sus leyes y sus reglas” han hecho que “la deuda y sus intereses alejen a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real” a lo que se añade “una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales” debido a que “el afán de poder y de tener no conoce límites”.
Desde su visión como máximo representante de la Iglesia Católica afirma que “tras esa actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios”. Frases como “¡el dinero debe servir y no gobernar!” o “los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos y promocionarlos” exhorta “a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano”.
El Papa está a favor de “la ética -una ética no ideologizada-“ que “permite crear un equilibrio y un orden social más humano” y anima “a los expertos financieros y a los gobernantes a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”.
También aborda en el documento la seguridad y la violencia: “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión”.
“Esto no sucede porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y muerte”, recalca Francisco sobre la inequidad. Para él “estamos lejos del llamado “fin de la historia”, ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas”
No olvida en su escrito la carrera armamentística: “Así la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentísticas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y perores conflictos. Algunos simplemente se regodean cuando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una “educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer a ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones- cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”.
El Papa alerta sobre “la proliferación de nuevos movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que parecen proponer una espiritualidad sin Dios”. Lo argumenta como “el resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista e individualista y, por otra parte un aprovechamiento de las carencias de la población que vive en las periferias y zonas empobrecidas, que sobrevive en medio de grandes dolores humanos y busca soluciones inmediatas para sus necesidades”. En cuanto al “racionalismo secularista” hace autocrítica comentando que “es necesario que reconozcamos que si, parte de nuestro pueblo, no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a las existencias de unas estructuras y un clima poco acogedores en algunas de nuestras parroquias y comunidades o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas” porque “hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización”. Por ello “se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores”.
En el capítulo cuarto de la Exhortación, dedicado a “la dimensión social de la evangelización”, Francisco dedica especial atención a “la economía y la distribución del ingreso” cuando expresa que “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis”, por lo que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales”.
“La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para complementar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral”. Y continúa su claro discurso diciendo: “¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para el sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso con la justicia”.
Con respecto a los empresarios establece que “la vocación de empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo”.
Insiste en su visión de la economía mundial: “Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo”. Pero el Papa huye del populismo: “Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos”. Para Francisco “la economía, como la misma palabra indica, debería de ser el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero”.
Pero el Papa es humilde cuando dice “si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Solo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por la tierra.
No se olvida en su mensaje social de otras formas de exclusión: “los sin techo, los toxicómanos, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, ni de “los migrantes”, ni de las “mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia”.
No se olvida de los niños, los nacidos y los “por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirla”. El Papa también es honesto en su planteamiento radicalmente anti abortista, sin embargo, reconoce que “hemos hecho poco para acompañar a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza” y se pregunta “¿quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?”
Tampoco deja de mencionar su preocupación por el deterioro medioambiental cuando se lamenta de que “hay otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos o de un uso indiscriminado” y por eso insta a que “no dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten a nuestra vida y la de futuras generaciones”
Sobre “la paz social” dice que “no puede entenderse como un irenismo o una mera ausencia de violencia lograda de un sector sobre los otros” y agrega que “la dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios”. “La paz tampoco se reduce a la ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas”, la paz “comporta una justicia más perfecta entre los hombres”.
Para Francisco “es hora de saber diseñar una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones”. “No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”.
Mucho más concreto es el Arzobispo de Tánger en otro asunto que atañe a la paz, los derechos humanos y la seguridad nacional e internacional. El Franciscano Santiago Agrelo denuncia con rotundidad que “esta comunidad eclesial es testigo asombrado y apenado de que, en las fronteras del sur de Europa, son vulnerados no pocos de los artículos incluidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Nadie puede considerar respetuoso con la dignidad de las personas y con “su derecho a salir de cualquier país, incluido el propio”, el que, en veinte años, las fronteras se hayan cobrado la vida de más de 20.000 jóvenes.”
Santiago Agrelo nos dice que “las medidas adoptadas hasta ahora por los Gobiernos de los países europeos para el control de las fronteras del sur, han sido y son un fracaso político y humano, pues dejan a los emigrantes en una situación de abandono, y transforman en sarcasmo sus proclamados derechos “a la vida, a la libertad y a la seguridad”.
Entre otras denuncia que “el sistema Europeo de vigilancia de fronteras, Eurosur, cuyo “objetivo principal” es “prevenir la inmigración irregular, el crimen transfronterizo y las muertes en el mar”, o, como han expresado otros: “mejorar la detección, prevención y lucha contra la inmigración irregular y la delincuencia organizada”
Y continúa sus denuncias: “Denunciamos la presencia de concertinas con cuchillas en las vallas de Ceuta y Melilla. Estos elementos de control de fronteras representan un atentado a la integridad física de los emigrantes: esas cuchillas cortan, lesionan, mutilan, y no son coherentes con el deber que todos tenemos de respetar los derechos de hombres, mujeres y niños de África en su camino hacia los países de Europa”.
“Denunciamos la obsesión por la seguridad de unos a costa de la salud de otros, puede que a costa de sus vidas. Se entiende que un Gobierno ha de garantizar con medios apropiados la seguridad de los ciudadanos en el territorio de la nación. Pero esos medios dejan de ser apropiados, su legitimidad se desvanece, cuando usarlos significa privar a otros del derecho fundamental a la salud, al bienestar, a la alimentación, al vestido, a la vivienda, a la asistencia médica, a los servicios sociales necesarios. Las condiciones de vida en los países de origen y las leyes de protección de fronteras en Europa empujan a hombres, mujeres y niños de África a un infierno interminable de soledad y clandestinidad por los caminos de la emigración. Denunciamos que se oculten sus sufrimientos; denunciamos que, bajo pretexto de seguridad, se destinen cantidades ingentes de dinero a multiplicar esos sufrimientos, a hacer más difícil la situación de esa humanidad extenuada, a hacer que esos empobrecidos sean más prójimos de la muerte que de nosotros; denunciamos que a los emigrantes, a quienes nosotros mismos hemos hecho irregulares, se les obligue a la marginalidad en los países de tránsito, se les persiga como delincuentes, y se les empuje a la muerte.”
“Denunciamos la supeditación de las personas a intereses económicos. A nadie se le oculta que el criterio principal, por no decir único, para regular la entrada de emigrantes en un país, es el del beneficio económico que le pueden reportar. Esa supeditación de lo humano a lo económico deja sin protección derechos fundamentales de las personas, como son: el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad; el derecho a que nadie se vea sometido a esclavitud; el derecho a que nadie sea víctima de trata; el derecho a que nadie sea tratado de forma cruel, inhumana o degradante. Y denunciamos que, por intereses económicos, esos derechos universales sean derechos no vigentes en los caminos de los emigrantes.”
“Ni las medidas adoptadas hasta ahora por las autoridades europeas y españolas para el control de fronteras, ni otras más costosas que se puedan adoptar, impedirán que a esas fronteras sigan llegando pobres en busca de futuro: No hay cuchillas que frenen el ansia de vivir, no hay cuchillas que puedan intimidar más que el hambre y la miseria, nada pueden perder quienes nada tienen. De ello son testimonio hombres, mujeres y niños que entre nosotros, a los ojos de este Iglesia que peregrina en Marruecos, esperan una oportunidad. Gastar dinero en destruir esperanzas es la peor de las inversiones.
“Pero no se trata sólo de una mala inversión, es también una terrible irresponsabilidad, pues en las fronteras se multiplican sufrimientos y muertes. “¿Quien es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? Ninguno. Todos respondemos: yo no he sido, yo no tengo nada que ver, serán otros, pero yo no. Hoy nadie se siente responsable de éstos, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en el comportamiento hipócrita» (Palabras del Papa Francisco en Lampedusa).”
“Por sentido de responsabilidad, por amor a la justicia, por respeto a nuestros hermanos emigrantes, pedimos a quienes tienen autoridad para hacerlo, que, en el ejercicio de esa autoridad, dispongan la retirada inmediata de las concertinas instaladas en las vallas de Ceuta y Melilla, por tratarse de instrumentos que violan derechos fundamentales de las personas y en nada favorecen el deseado desarrollo moral, cultural y económico de la sociedad española y de la Unión Europea. Las cuchillas sólo causan dolor y muerte.”
Nota final.- El autor de este texto se ha limitado a reproducir íntegramente entrecomillado las expresiones del Papa Francisco y del Arzobispo de Tánger.
Las negritas son del autor, con el objeto de resaltar algunas partes de los documentos mencionados.
Javier Jiménez Olmos
Zaragoza 9 de diciembre de 2013