El populismo se ha instalado de tal manera que hasta los que acusan a los demás de populistas lo practican (o practicamos) también a diario. El populismo se caracteriza porque es capaz de ofrecer siempre soluciones que complazcan demandas sociales, que ese mismo populismo se encarga de propagar como fundamentales e indiscutibles a través de los medios de comunicación tradicionales que lo sostiene, a los que se une la propaganda en las redes sociales que también (y tan bien) controlan.

A las explicaciones sencillas le siguen propuestas de soluciones simples o, lo que a veces es peor, no se proponen soluciones, porque en la simplificación populista consideran que no existe problema y, por tanto, no hay que actuar. El conocimiento científico es más complejo, exige mayor atención, explicaciones argumentadas, a veces difíciles de entender. Y en eso basan los populistas sus arengas, en ofrecer simplificaciones que pueden ser adquiridas sin conocimientos exhaustivos de la materia que se trate, y así poder ofrecer respuestas aceptables por el público general, bien porque no se quiere reflexionar al respecto o bien porque se ofrece satisfacer intereses económicos o simplemente lúdicos.

De este modo, es más fácil, y produce mayores réditos electorales, como por ejemplo apelar a la libertad y responsabilidad individual para reaccionar ante el avance de una pandemia como la del covid. Una parte de la población prefiere hacer seguidismo de decisiones políticas populistas que no limiten ese concepto de libertad individual priorizado sobre cualquier compromiso social de solidaridad, y también se prefiere apostar por el beneficio económico a corto plazo, sin pensar en las consecuencias futuras. De este modo, los populistas trasladan el debate a las consideraciones de las libertades individuales y el cortoplacismo económico, en lugar de entrar en las consideraciones avaladas por la ciencia que exigirían mayor nivel de restricciones.

Sucede los mismo con otros aspectos relacionados con el futuro de la humanidad, como es el cambio climático. Para algunos populistas lo más fácil es negarlo, saben que muchas personas no se van a leer los informes científicos, y saben que otras por intereses económicos no van a considerar las observaciones de los científicos. Aunque la ciencia demuestre que el consumo de carne en exceso, no solamente es perjudicial para la salud humana, sino que deteriora el medio ambiente cuando esa demanda desmedida de carne exige implementar las llamadas “macrogranjas”, el debate se traslada al campo sectario político.

El debate populista se basa en el ruido mediático, en la anécdota, en la descalificación del mensajero, y también en el insulto. El populismo juega en el campo embarrado, porque no tiene la técnica suficiente para controlar el juego de una forma limpia y elegante. Algunos, que acusan a los oponentes políticos de populistas, también les siguen el juego, y se convierten a su vez en populistas cuando por miedo o por interés electoral, o por las dos cosas a la vez, entran en el debate que proponen los populistas en vez de responder con argumentos científicos.

El populismo destroza la POLÍTICA, y la convierte en politiqueo, atenta contra la democracia que se basa en el respeto y la argumentación documentada.

El populismo polariza al convertir a los ciudadanos en forofos sectarios.

El populismo es generador de conflicto social, un preludio de algún otro tipo de violencia, que se inicia con esa violencia verbal basada tantas veces en el bulo, en la media verdad y el sacar de contexto una declaración.

El populismo es pernicioso para la convivencia porque impide el debate sosegado, la reflexión pausada, el análisis argumentado y la búsqueda del diálogo.

Javier Jiménez Olmos

12 de enero de 2022

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