Amanece un nuevo día, con más vallas con cuchillas, con más fronteras cerradas, con más discusiones sobre el número de refugiados que cada país europeo quiere admitir…
Me contaba mi padre, cuando yo era un niño, que al acabar la Guerra Civil Española, como parte del ejército republicano derrotado, tuvo que pasar a Francia donde fue internado en un campo de refugiados. Es curioso, pero yo no percibía rencor en sus palabras, más bien lo sentía como un cuento de aventuras para entretener a los niños en las cálidas noches de verano, intentando “tomar la fresca” en la puerta de nuestra casa del pueblo, a la luz de la Luna, contemplando las millares de estrellas cuando el satélite en su natural discurrir decidía esconderse.
No sé si lo hacía de ese modo tan amable para no contaminar las conciencias de unos niños o para olvidar su sufrimiento y humillación.
Tuvo suerte y pudo regresar a España al poco tiempo. La «misericordia» de los vencedores, que no encontraron otro “delito” que haber sido reclutado por el bando de los perdedores, le condenó a otros seis años de servicio militar, aunque esta vez sirviendo a otra patria.
Recuerdo que nos contaba que los guardianes de ese campo de refugiados en Francia, vecino a la frontera con Gerona, eran crueles y que les golpeaban al menor descuido de las severas normas impuestas por el gobierno francés.
Quiero imaginar la tristeza, la desesperación, la impotencia, el hambre, la sed, el frío que pasó en aquel “refugio” no deseado. Pero de niño nunca me lo contó. De mayor tampoco, excepto la crueldad de los guardianes, así que tuve que imaginar el resto por las historias, que otros sí contaron.
Qué difícil es imaginarse el sufrimiento si no se vive, qué difícil es sufrir el dolor si no se siente.
Desde los acomodados despachos de burócratas y políticos, no se puede imaginar el sufrimiento de estos seres humanos que huyen de la guerra, de la persecución, de la tortura, de la discriminación y de la miseria. Quizás, yo mismo tampoco puedo.
Desde la impotencia que siento al escribir estas líneas no puedo dejar de pensar en mi pobre padre y en su sufrimiento, ese que nunca me contó.
Por eso, sólo quiero escribir para expresar mi rabia por tanta injusticia, por tanta pasividad, por tanta retórica.
Al volver de vacaciones, en el trayecto hasta la estación donde debía tomar el tren de regreso, circulaba por una carretera del campo de Cartagena, eran la tres de la tarde y había casi cuarenta grados. Pero en el campo estaban trabajaban a pleno sol, doblados, seguramente sembrando, unos cuantos hombres y mujeres, todos magrebíes. Y pensé que afortunados somos algunos que hemos disfrutado vacaciones y volvemos con aire acondicionado.
Y pienso ahora, en esta tarde de final de verano que no hay que aceptar con fatalismo la injusticia y la desigualdad, que al menos, aunque sólo sea para acallar mi conciencia me debo rebelar contra aquellos que nos dicen que siempre ha sido así y así hay que aceptarlo.
¿Qué haría yo si viviera en un país en guerra?
http://www.entreparentesis.org/blog/591-que-haria-yo-si-viviera-en-un-pais-en-guerra
Javier Jiménez Olmos
15 de septiembre 2015
¡GRACIAS Javier!
Iba a escribir, no puedo…me emociono demasiado…gracias.
(vuelve a salir la publicidad…)
Gracias Javier, una muy interesante y lúcida reflexión sobre el contexto de los refugiados.