Frente al optimismo de los que piensan que la crisis económica se está superando y que se comienza a crear empleo y, por tanto, a incrementar el bienestar y nivel de vida de las personas, existe una obstinada realidad que se empeña en demostrar lo contrario.
No está mal difundir un poco de optimismo para no caer en la desesperanza –no se puede vivir sin soñar– pero ese optimismo no debe de basarse en la propaganda sectaria sino en la motivación que integré a toda la sociedad para conseguir un mundo mejor.
Los datos que se presentan desde los organismos oficiales sobre mejoras de la economía y el empleo pueden ser ciertos, pero también pueden serlos aquellos que se presentan desde organizaciones no gubernamentales u otras instituciones sociales que dicen todo lo contrario. Lo cierto es que la mejora no se percibe desde sectores mayoritarios de la sociedad a la vista de encuestas acreditadas y las opiniones que cada persona puede captar en sus entornos más cercanos.
Una percepción de descontento y desesperanza que se observa incluso en las clases medias y medias altas, algo que no había sucedido hasta ahora. Muchos de los pertenecientes a estos grupos sociales han perdido sus bien remunerados trabajos. Otros ven con inquietud el desempleo, subempleo o empleo precario de unos hijos que educaron con mucho esfuerzo y a los que no ven con futuro. Todos asisten impotentes a la pérdida de su estado de bienestar.
Las clases trabajadoras siempre han sufrido la crisis, en mayor o menor medida, pero ahora se agudiza porque no hay trabajo, porque el poco que hay es tan precario y mal pagado que impide no sólo llevar una vida digna sino tener proyecto de vida alguno.
Aumenta la pobreza y la desigualdad. Lo que se agrava con la percepción de una corrupción generalizada, a la vista de los casos que han aparecido y que afectan a los principales partidos políticos y a algunas instituciones estatales, autonómicas o locales. Y mientras, unas clases privilegiadas aumentan sus ingresos, aún a costa de incrementar el precio de algunos servicios fundamentales (como la electricidad, entre otros muchos).
Y algunos se asombran de que las personas quieran soñar. Se sorprende e incluso se enfadan porque los soñadores propongan otra realidad, otra forma de convivencia. Aparece el sueño y la reacción es la de pronosticar el caos por soñar, la de destruir personalmente a los soñadores, en lugar de analizar las causas que llevan a ese sueño.
Con los niveles de paro, desigualdad, pobreza y corrupción existentes se tiene mucha suerte de que la gente todavía quiera soñar. En otros momentos de la historia y en otros lugares del planeta no ha habido sueños sino pesadillas transformadas en episodios de violencia.
Somos afortunados de que existan soñadores que encaucen el descontento por caminos pacíficos.
¡Todavía se puede soñar¡
Javier Jiménez Olmos
21 de agosto de 2014
Querido Javier, como siempre tus reflexiones son certeras, lúcidas y expuestas con una admirable claridad. Todo aquello cuanto dices es desgraciadamente cierto y terrible para muchas personas. Es inconcebible que mientras unos pocos se enriquecen hasta términos insospechados, muchos- incluso como tu dices las clases medias y medio altas- ven sus vidas destruidas o en una situación de incertidumbre. Da igual que las cifras macroeconómicas sean cada vez mejor- según dicen las personas cercanas al gobierno- lo cierto es que cada vez la situación real de la mayoría de las personas es peor.. Por eso como tu dices es una suerte que a pesar de todo ( paro, corrupción, desigualdad etc) la gente no quiera rendirse y siga soñando. Si no hubiera existido la utopia , ni personas dispuestas a cumplir sus sueños , el mundo no habría avanzado nada. Es mejor seguir soñando que lanzarse a la calle para defender violentamente todo cuanto se nos esta arrebatando . Ojala podamos resistir durante mucho tiempo. Preciosas y profundas los poemas y frases que has insertado en tu reflexión. Como siempre , gracias y un abrazo, Toñi
Toñi, muchas gracias por tus palabras. Un abrazo