La crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus, ya está desembocando en una gran crisis económica. Las dos juntas provocan una gran crisis social que afecta principalmente a los seres humanos más débiles. La sanitaria se está cebando con aquellas personas de mayor edad y con las que disponen de peores servicios sanitarios. La crisis económica, como siempre, afecta a las clases más desfavorecidas (entre las que hoy se incluyen los autónomos y los pequeños empresarios). Los poderes financieros y las grandes transnacionales ya encontraron su particular vacuna para salir indemnes de cualquier crisis, más aún, puede que salgan hasta fortalecidos de esta.

Seguramente la humanidad logrará superar esta pandemia del coronavirus, gracias a la ciencia, y al esfuerzo y sacrificio de la gran mayoría de los seres humanos. Sin embargo, es imposible eludir la preocupación por el futuro. Con toda la esperanza puesta en que a corto plazo se conseguirá un medicamento o una vacuna que elimine este Covid-19, no se puede evitar pensar en los desafíos que se ciernen sobre nuestro planeta en un futuro no tan lejano.

La mayor parte de la humanidad saldrá herida de esta pandemia y aunque se encuentre una vacuna (veremos en ese caso si es accesible para todos) las diferencias sociales se habrán incrementado y la pobreza se extenderá por partes del planeta donde ya estaba casi extinguida. No se entiendan estas palabras como un fatalismo mesiánico, sino como una reflexión de lo que se puede y debe evitar. Todos podemos contribuir a evitar lo peor, a pesar de los obstáculos.

Las crisis económicas y sociales pueden conducir a estallidos de violencia y a guerras. Es una constante histórica. Esta crisis sanitaria y económica, manipulada convenientemente, como desde algunas parcelas de poder se está realizando, puede conducir a una confrontación sectaria donde las vísceras (que representan el odio) sustituyen a la combinación de corazón (empatía y amor) y razón (ciencia).

Hay señales de alerta que no se deben desdeñar, y desde el corazón y la razón de los seres humanos se les debe prestar atención, y trabajar para que la polarización, la exclusión, la intolerancia y el odio no se instalen en la sociedad. Hay que trabajar la reflexión individual y colectiva para eliminar los destellos de división sectaria, porque lo que se necesita más que nunca es unidad y solidaridad.

El mundo atraviesa un resurgimiento de movimientos reaccionarios acaudillados por personajes políticos (no merecen que los nombre) cuyo talante y comportamiento están lejos de representar empatía con el sufrimiento, y amor al prójimo. Se mueven por sus intereses geopolíticos y geoeconómicos, poco les importa la justicia social, el bienestar, la dignidad de las personas y sus derechos humanos, que constituyen la verdadera seguridad: la seguridad humana. Estos personajes solo piensan en clave de su seguridad, la que les proporciona poder: la seguridad económica y la seguridad militar.

Ahora no hay que que callar, hay que rebatir con argumentos los discursos egoístas, excluyentes y totalitarios. No hay que dejar que se apropien de nuestras mentes. Es el momento de las propuestas solidarias razonadas, del debate constructivo, de ayudar a los que sufren, de sufrir con ellos.

En tiempos de coronavirus la seguridad humana debe ser la prioridad.

Es tiempo de enarbolar una única bandera: la del amor al prójimo.

Javier Jiménez Olmos

Escrito hoy, Domingo de Resurrección, 12 de abril de 2020, en tiempos de coronavirus

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