Las emociones determinan el curso de la historia. Sin embargo, es la ciencia la que señala el camino del progreso. El razonamiento científico requiere mayor esfuerzo mental.

Estos días estamos asistiendo, una vez más, a la prueba de las afirmaciones anteriores: El emotivo y prolongado funeral de una señora, a la que se concedió el privilegio de ser reina por el hecho de nacer en una determinada familia.

La forma monárquica de Estado puede provocar el debate de su racionalidad, desde el momento que es una herencia y no elección ciudadana, o la demostrada capacidad para un cargo, la que determinan la jefatura del Estado.

Pero, no va este escrito sobre ese asunto. Lo que redacto a continuación puede ser aplicable a una monarquía, a una república o a cualquier acontecimiento oficial de regímenes democráticos.

Durante, ya no sé cuántos días, asistimos a unas fastuosas exhibiciones consecuencia del fallecimiento de la monarca del Reino Unido.

Hay que fomentar el sentimiento, la emoción, el dolor por la muerte de la madre de la patria que ha encabezado el destino de los británicos durante tantos años.

No seré yo quien critique, ni mucho menos desapruebe las emociones que cada uno sienta ante al muerte de un ser querido, o simplemente popular.

No obstante, intento analizar toda esta parafernalia funeraria de un modo racional.

¿Toda esta pompa, no forma parte de una estrategia del poder dominante para sacralizar ciertas instituciones? ¿Están esas instituciones al servicio del pueblo al que dicen representar? ¿Defienden los intereses y los derechos de los más desfavorecidos o son, por el contrario, servidores del poder económico del momento? ¿Son un ejemplo para la igualdad de oportunidades? ¿Contribuyen a disminuir la desigualdad?

Todo el boato que se exhibe en sepelio de la reina fallecida se asemeja más a aquellos de pasados siglos, o a los dedicados a dictadores y líderes religiosos.

Mi razonamiento me lleva a pensar en los millones de libras que va a costar a los británicos, que en el momento actual de crisis podrían servir para dedicar a prioridades sociales. Solamente en todo lo relacionado con la seguridad va a significar un gasto extraordinario. Un evento a todas luces evitable, o reducible.

Cuando observo las colas de gente para despedir a la difunta, no puedo dejar de pensar que sentimiento les lleva manifestarse de es modo.

No tengo esos sentimientos. Si muriera el rey o la reina de mi país, o el presidente o presidenta de la república, lo sentiría como siento la muerte de cualquier ser humano. Pero, no emplearía mi tiempo en filas interminables o viendo programas de televisión dedicados a presenciar procesiones funerarias.

En lugar de eso pensaría…

Pensaría que, mientras millones de personas carecen de las necesidades más básicas, otros despilfarramos dinero en actividades prescindibles.

Hay que realzar a ciertas personas e instituciones, sacralizar y engrandecer sus actividades, es la manera de que los seres humanos seamos conscientes que no todos somos iguales, para que aceptemos como algo natural los privilegios, para que no discutamos el sistema de desigualdad establecido.

Puede ser compresible que los medios británicos hayan sido pertinaces en el seguimiento de la reina Isabel II, pero ¿y los españoles? ¿por qué tanta insistencia?

Mi racionalidad no entiende como somos capaces de movilizarnos por algunos acontecimientos y permanezcamos impávidos ante el sufrimiento humano, ante el alza de los precios que tan directamente sufrimos (también los británicos).

Para evitar que manipulen mis emociones y las usen para sus fines, para evitar convertirme en masa, intentaré seguir pensando como individuo (aunque me equivoque).

Nota.- Las teorías de Gustav Le Bon fueron utilizadas por los nazis para su propaganda. ¿Y hoy en día, quiénes las utilizan?

Javier Jiménez Olmos

17 de septiembre de 2022

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