La guerra es una violencia aceptada como natural desde que se tiene conciencia histórica. La guerra ha evolucionado con la humanidad, forma parte del progreso de la organización social. La guerra es una completa locura que provoca desastres en todos los ámbitos del ser humano y de su entorno. No solo destruye vidas, sino que la destrucción afecta a la propia naturaleza, conforme el empleo de armas más contaminantes proliferan en los ejércitos modernos. La guerra también hace que se hagan avances científicos y técnicos: el progreso al servicio de la guerra, la guerra agudizando el ingenio con la finalidad de la victoria a toda costa.

La guerra implica el uso de la violencia física organizada con el fin de doblegar al enemigo. Las guerras han adquirido su máximo esplendor con la creación de los ejércitos estables, imbuidos de ideologías nacionalistas patrióticas, religiosas o políticas. La guerra, tradicionalmente, ha necesitado hombres para combatir, mentalizados en que la muerte en combate significa gloria para ellos mismos, sus familias y la patria. Solo los cobardes y antipatriotas rechazan la guerra. A las mujeres se les reservó la función reproductora y los trabajos logísticos de abastecimiento de la guerra, el cuidado de los heridos o funciones auxiliares al combate.

Que las guerras actuales tengan menos bajas no significa que haya menos violencia. Cierto que cuantitativamente se ha logrado disminuir el número de muertos y heridos, pero esto no quiere decir que el grado de violencia haya disminuido, lo que ha sucedido es que esa violencia se ha transformado en más eficaz y selectiva. Esta selección provocada por el uso de armas cada vez más sofisticadas ha supuesto una considerable reducción de los ejércitos de masas.

Las grandes potencias, Estados Unidos, Rusia y China, Francia o Reino Unido, alejan los conflictos de sus fronteras, sin embargo, intervienen militarmente en todos los lugares donde sus intereses lo reclaman. Es la geopolítica la que domina el intervencionismo militar y no el humanitarismo, como pretenden hacer ver a las opiniones públicas interiores y exteriores. No obstante, esas intervenciones no siempre resultan ventajosas, es lo que ha sucedido con las intervenciones en Afganistán o Irak, por citar dos ejemplos recientes de fracasos norteamericanos y soviéticos (la URSS invadió Afganistán en 1979 y lo tuvo que abandonar tras un gran fracaso militar diez años después).

La guerra necesita de ideología para justificar la violencia: defensa de la patria, misión civilizadora, justicia social, religión, defensa del territorio, derechos dinásticos y finalmente la guerra justa. La guerra justificada también como derecho aprobado por Dios, aunque tras las revoluciones francesa y norteamericana ese derecho divino es reemplazado por el de la soberanía popular. La soberanía popular implica que las decisiones sobre la paz y la guerra emanen de la representación democrática del pueblo. Sin embargo, incluso en las democracias más avanzadas, las decisiones las toman las élites gobernantes amparadas y apoyadas por los poderes económicos que les sustentan. La movilización de las masas a través de mensajes emocionales puede conducir a los pueblos a apoyar una guerra.

Una de las cuestiones más importantes a plantear en el estudio de la guerra es ¿de qué manera se dejan convencer los individuos para voluntariamente participar en una guerra? ¿Por qué combaten los soldados? Las motivaciones primarias se pueden encontrar en las ideologías que ya hemos mencionado. Una especial atención a las sociedades que cultivan el militarismo, entendido como la ideología que proclama la fuerza militar como modo de resolver los conflictos. La cultura militarista incita a considerar la guerra necesaria y única para acabar con cualquier agravio.

La ideología es parte fundamental del compromiso del grupo con la violencia. Es el caso que sucede en los regímenes totalitarios. Pero, también en los liberales hay un grado de justificación de la violencia cuando se actúa contra esos regímenes. ¿O no era la justificación de los Aliados la lucha contra los totalitarismos, para bombardear las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, o el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki al final de esa guerra mundial?

No obstante, hay quienes defienden que una guerra puede ser justa y que merece la pena en ese caso hacer el sacrificio de la propia vida si es necesario. A lo largo de la historia, hasta los líderes más crueles y agresivos han sentido la necesidad de justificar las guerras que han iniciado, han intentado legitimar sus decisiones guerreras. Los antecedentes de delimitar la guerra justa se pueden encontrar en San Agustín, Santo Tomas, Francisco de Vitoria y Grocio. Las teorías de la guerra justa pretenden encontrar un punto de equilibrio entre los pacifistas, que excluyen la guerra de sus postulados para resolver los conflictos, y los realistas que consideran la guerra como consustancial a la naturaleza humana y, por tanto, una manera de resolver los agravios.

El dilema a resolver sería ¿cuándo una causa justifica una respuesta violenta?

Javier Jiménez Olmos

23 de mayo de 2021

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