Hace muy pocos años, a principios de los noventa, se desmanteló la Unión Soviética y con ella el comunismo se consideró fracasado. El liberalismo radical o neoliberalismo, que ya apareció en los setenta, se consideró victorioso en esta batalla ideológica entre comunistas y capitalistas. Ya no quedaba opción alguna para establecer relaciones internacionales, humanas y económicas que la doctrina neoliberal, única y verdadera : “¡Menos Estado y viva el mercado!”

La crisis económica de finales de la primera década de este milenio puso de manifiesto que el mercado no es suficiente para regular los desequilibrios y que al final son los ciudadanos más indefensos los que pagan las crisis.  Poco les importó entonces a los firmes defensores de las doctrinas neoliberales que se rescatarán a los bancos con el dinero de todos y que, incluso, se nacionalizaran las pérdidas de esos bancos y de algunas grandes empresas.

La crisis sanitaria del coronavirus, que se ha transformado en crisis económica, es un segundo gran aviso de que el mercado no lo soluciona todo y de que es el Estado el que va a solucionar el problema. Las grandes organizaciones internacionales, como la UE, también debería actuar, pero los egoísmos nacionales lo impiden, lo que constituye una tremenda paradoja porque el fundamento de ese neoliberalismo globalizador es la libre circulación de capitales y del comercio. Parece ser que esa parte de la doctrina solo actúa a conveniencia del beneficio y no de la solidaridad.

Siempre he pensado que la libertad es fundamental para la dignidad humana. Un liberalismo en plano individual por lo que respecta al pensar y actuar en todo aquello que solo me afecta mí y que no repercute a terceras personas, a saber: mi sexualidad, mis ideales religiosos y políticos, mis lecturas o mis aficiones artísticas o deportivas, por ejemplo. Pero mi libertad no puede servir para imponer mis criterios y menos para abusar o explotar al prójimo. Mi libertad queda limitada desde el momento en que se pone en riesgo la de la comunidad.

El neoliberalismo, a mi entender, se casa poco con la solidaridad (en ocasiones se puede disimular con caridad, pero eso es también otro concepto que entra en el plano de la conciencia individual). El neoliberalismo se ha encargado, después de esa victoria aparente sobre el comunismo soviético (parece que no con el chino), de descalificar a cualquier planteamiento humanista o solidario calificándolo de comunista o socialista. Descalificaciones que cada vez importan menos aquellas personas que se consideran solidarias y que están lejos de planteamientos ideológicos doctrinarios.

La crisis del coronavirus va a poner en jaque a la humanidad, ya la está poniendo, y la crisis que se avecina (además de la ya trágica sanitaria) va a destapar de una manera definitiva las miserias de un sistema económico injusto, poco solidario. Ojalá me equivoque, pero de no poner soluciones solidarias, reguladas, planificadas y controladas, nos encontraremos en un caos, no solo sanitario, sino económico, social y de seguridad: Con demasiada gente descontenta, con necesidades básicas sin cubrir, sin unos Estados que garanticen una seguridad humana, que incluye el bienestar de todos los ciudadanos, no veremos inmerso en conflictos inimaginables.

Es tiempo de la solidaridad, de todos y a todos los niveles y para eso se necesita eliminar los desajustes que han producido y producen las políticas neoliberales. Para eso se necesitan que los Estados y organizaciones internacionales (las grandes empresas transnacionales y los poderes financieros, que a veces son una sola cosa, incluidos) pongan todo su esfuerzo y sacrificio (el mismo que exigen a toda la sociedad) al servicio de la causa común de un mundo más justo.

No se trata de reivindicar el Estado nacional en el sentido patriótico más tradicional de glorias y banderas, lo que se propone es un Estado que proteja a todos, especialmente a los más débiles. Un Estado, que como ahora demandan algunos de los más firmes neoliberales, sea capaz de resolver los problemas que el mercado no resuelve. Un Estado que además sea solidario con otros Estados más débiles a través de organizaciones internacionales supraestatales. Y unas organizaciones internacionales que no sean vulnerables a los nacionalismos egoístas y a los beneficios económicos particulares.

La crisis del covid19, coronavirus, es una crisis global, no vale el sálvese quien pueda, no sirve el mercado, como ya se está demostrando Hay que pensar que ante semejante reto solo sirve la solidaridad, como están demostrando con su sacrificio solidario millones de personas en el mundo.

Javier Jiménez Olmos

28 de marzo de 2020

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