La historia no se repite exactamente pero hay unos comportamientos similares que conducen a conflictos bélicos. Desde la prevención y resolución de conflictos mediante el diálogo y el acuerdo, sin recurrir a la violencia, se estudian esos conflictos para aprender de los errores. Todavía se está a tiempo para no cometer los mismos errores que en situaciones similares. Todavía hay tiempo para la paz.
El mundo está lleno de países donde no se respetan los derechos humanos como se puede apreciar en el Informe 2017/2108 de Amnistía Internacional, en el Informe Mundial de Human Rights Watch 2019 y en el Informe 2017 del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Es muy difícil que la comunidad internacional respetuosa con los derechos humanos se pueda dedicar con intensidad a cambiar la situación en todos estos lugares del mundo. Sin embargo, hay sumo interés en que determinados países cumplan con La Declaración Universal de Derechos Humanos, lo que no deja de ser un acto de hipocresía y, hasta de cinismo, porque algunos de esos países que acusan a otros de vulneraciones de los derechos humanos, tampoco los cumplen exactamente.
Estos días el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, se ha erigido una vez más en campeón de la democracia y el respeto a los derechos humanos, lo que resulta paradójico a la vista de sus declaraciones y actuaciones con relación a ciertas minorías, a los musulmanes o a la inmigración y los informes de algunas de las organizaciones antes mencionadas con relación al respeto de los derechos humanos. Como también resulta chocante la historia de las intervenciones que los Estados Unidos han venido realizando en Latinoamérica desde 1950.
Es complicado sostener, a la vista de esas intervenciones norteamericanas en América Latina y en otras partes del mundo, que su interés para sancionar o intervenir militarmente en Venezuela, como Trump ha insinuado, sea por el altruista motivo de procurar el bienestar de los venezolanos y la implantación de una democracia plena. Más bien, los comportamientos en esa región y otras de mundo, ahora e históricamente, hacen pensar que las motivaciones de la administración estadounidense se mueven en términos de recursos naturales, petróleo o gas por ejemplo, y de posicionamiento estratégico para dominar regiones enteras del planeta de acuerdo con los intereses de las poderosas élites norteamericanas.
En el caso de Venezuela, con la deriva autoritaria del chavismo, encarnado ahora por (¿el presidente?) Maduro el país se ha sumido en una profunda polarización política y depresión económica. Pero dejar en manos de la iniciativa de Trump un proceso que conduzca a la restauración de la democracia en Venezuela puede conducir a un agravamiento del enfrentamiento en esa sociedad.
Los gobiernos de Estados Unidos tienen un amplio historial de actuaciones poco ajustadas al Derecho Internacional y al respeto a la democracia. Han patrocinado y apoyado golpes de Estado que han derrocado gobiernos democráticos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Son los caso de Irán (1953), Guatemala (1954), Paraguay (1954), Tailandia (1957), Laos (1958), República del Congo (1960), Turquía (1960), Chile (1973) y Argentina (1976).
Un bagaje poco edificante desde el punto de vista democrático, que hace sospechar sobre la credibilidad de las intenciones norteamericanas cuando dicen actuar en nombre de la democracia. Estados Unidos tiene demasiadas lagunas para erigirse en líder para implantar la democracia, como lo ha hecho de nuevo el presidente Trump, que además ha exigido (según informaciones publicadas en medios de comunicación, que España y la UE rompan todo diálogo con Maduro.
Los norteamericanos tienen muchos intereses en Venezuela. Como también otros países occidentales, y Rusia y China. Aquí está la clave de todo este entramado. Petróleo es la palabra fundamental, además de sus industrias derivadas y otros abundantes recursos naturales como el oro. También está en juego la explotación del turismo, la agricultura, las telecomunicaciones los bancos y hasta las compañías de seguros, entre otras muchas actividades. La palabra democracia no significa nada para los “hombres de negro”. Poco importan los derechos humanos cuando está en juego tanto beneficio.
La Unión Europea (UE) ha reconocido a Guaidó como presidente legítimo de Venezuela, por tanto la UE tiene la obligación y la responsabilidad de liderar un proceso de diálogo que conduzca a una transición pacífica. Hay que trabajar en esa línea respetuosa de la que siempre ha hecho la UE desde su fundación. España, por sus lazos con Latinoamérica debe liderar la iniciativa de diálogo y acuerdo pacífico con las partes implicadas. En esta labor será indispensable contar con al apoyo y mediación de países como México y Uruguay, que ya han demostrado su deseo de mediación en el conflicto.
Dejar al gobierno norteamericano de Trump el plan para la retirada de Maduro por la vía de la fuerza, puede provocar la reacción incontrolada del líder venezolano y los militares que le apoyan. Y puede provocar también la reacción de Rusia y China. Pero ¿cómo actuar para qué Trump y Maduro no sobre reaccionen dada sus peculiares personalidades?
Los líderes democráticos europeos y mundiales tienen que retomar la senda de la prudencia, tienen la responsabilidad de fomentar en sus sociedades posiciones dialogantes e integradores. Tomar experiencias de consensos y transiciones pacíficas. Para eso, España debe ser un ejemplo a seguir. La democracia se defiende con valores y con hechos, la democracia no se impone por la fuerza sino con el convencimiento, la democracia necesita tiempo para madurar, la democracia necesita que haya seguridad humana para ser verdadera democracia.
Como tantas veces, no se trata de elegir entre personajes que defienden posiciones agresivas, se trata de defender la libertad, la dignidad y los derechos humanos, y para eso no sirve los histrionismos que conducen al enfrentamiento.
En Venezuela, aún se está a tiempo de una transición pacífica hacia el respeto de los derechos humanos y la democracia que siempre los acompaña.
Javier JIménez Olmos
3 de febrero de 2019
Como ciudadano de a pie, me temo lo peor en Venezuela. ¿ La ONU no tendria que decir algo al respecto?. ¿ Existe algún organismo dependiente de Naciones Unidas para solucionar conflictos de éste tipo?. Un saludo
Estimado Andrés, efectivamente la ONU tendría mucho que decir y hacer. El problema principal es que el Consejo de Seguridad actúa con arreglo a los intereses de sus miembros permanentes y sus posturas casi siempre son divergentes. Así que las posibles soluciones y actuaciones pasan por la mediación de los países que han demostrado el deseo de solucionar el conflicto por la vía diplomática. Es el caso de Uruguay y México. La UE ha perdido una oportunidad de mediación al reconocer casi de manera unánime a una de las partes en conflicto. No obstante, tanto ONU como UE sí serían muy válidas a la hora de supervisar las elecciones que se puedan celebrar y el proceso de transición si en elecciones libres el pueblo venezolano decide cambios políticos.
Muchas gracias por comentar. Un saludo